El botín de tres puntos que extrajo el Villarreal del estadio Ruiz de Lopera demoró la fiesta del Real Madrid, pertrechado para la eventual celebración de la conquista de su trigesimoprimer título de Liga.

Los alrededores del Santiago Bernabeu se ataviaron de celebración al tiempo que los transistores sostenían la tarde con el tanto que Marcos Senna firmó para el segundo de la tabla al cuarto de hora de partido. Un gol espectacular que proporcionaba oxígeno al aspirante, al perseguidor.

Un llenazo sin duda digno de las mejores ocasiones, un ambiente de gala tenía iluminado el recinto desde que el Barcelona salió batido de Riazor el sábado. La primera premisa se había cumplido.

Desde que los cálculos daban la razón a la posibilidad y las matemáticas cuadraban ya para la trigésima cuarta jornada, la entidad madridista tenía fijado el cartel de los acontecimientos. De la celebración. La hoja de ruta incluía vueltas alrededor del césped, cohetes, luces de artificio, un trayecto por La Castellana y una visita a La Cibeles. También una cena en el estadio. Una noche larga.

El triunfo del Villarreal aplazó los festejos. Los números ya no salían. Y el júbilo se transformó en normalidad, en una jornada más. En otra etapa quemada en pos del título. Entonces, las galas se convirtieron en cotidianeidad. Con un estadio abarrotado, ánimos al equipo y satisfacción con cada gol.

Objetivo Pamplona

La visita del Athletic no dio el título pero lo acercó. Al Real Madrid le faltan dos puntos. Y para ello dispone de cuatro encuentros. Ante Osasuna, el próximo, en el Reyno de Navarra, frente al Barcelona en el Bernabeu, en Zaragoza y el último, ante el colista, el Levante, ya descendido, en el feudo blanco. No habrá que guardar los preparativos.

En el tramo final, tras el tanto del argentino Gonzalo Higuaín, el que sentenció la victoria del equipo de Bernd Schuster, el público, ya ataviado, ejerció su propia fiesta. No vaya a ser que el título se selle a domicilio. Cánticos de "campeones, campeones", la ola y gritos de olés en cada acción, iluminaron el aspecto del estadio en el cuarto de hora final del partido. La afición se ve campeón. Y también el equipo.

A la fiesta se unió un invitado algo inesperado. Reacio a asumir su ostracismo, Javier Saviola encontró la respuesta a su fe con la titularidad.

El Conejo , llegado a la entidad madrileña con la carta de libertad bajo el brazo, procedente de la nómina del máximo rival, el Barcelona, atisbó cierta luz a lo largo del último mes. Cuando se convirtió en habitual de las convocatorias escogidas por el preparador teutón.

Las citaciones, sin embargo, no redimían los sinsabores del curso. Saltaba a calentar, en ocasiones, pero nunca al césped. Sus números eran mínimos. Era el último de la fila. Al que el turno nunca le llegaba.

Antes de su inclusión entre los titulares de la trigésima cuarta jornada, la que prometía, en principio, el alirón, Saviola solo contó con 241 minutos de bagaje en Liga. Con dos goles en su estadística. Solo en tres de ellos salió desde el principio.

La jugada le salió redonda al entrenador. Saviola irrumpió con fuerza, motivado. Y a los trece minutos vio puerta. Aprovechó un rechace de Armando para estar en el momento oportuno y rebañar. Se fue al córner y lo celebró de locura.