Pasadas las ocho de la noche, en una de las mesas de la terraza del hospitality de Ferrari, Fernando Alonso saca de su bolsillo una baraja de póker y cita al fotógrafo del equipo, Ercole Colombo, para hacerle su último truco de cartas. Nada fácil. Colombo no pilla ni una. Alonso le adivina su carta, saca cuatro ases, una escalera de color... Y Colombo gesticula aún más. Las cartas es su hobby favorito; los números, su obsesión. Todos los pilotos tienen las suyas. Estos tipos se juegan la vida, tienen derecho a ser supersticiosos.

Sebastian Vettel, por ejemplo, introduce una moneda que le trae suerte entre el calcetín y el botín con el que aprieta el acelerador. Aunque, fe, lo que se dice fe, la deposita en una especie de escapulario con la imagen de San Cristóbal. "Mi abuela Margarita me lo trajo de Lourdes", asegura con devoción. Mucho más laico, Mark Webber repite un protocolo invariablemente la hora antes de la salida; el mismo orden para regresar a su box, sentarse, levantarse, ir al baño, beber, la misma disposición para acercarse después al coche, colocarse los tapones, el casco, los guantes... Se convierte en un autómata, total.

Las manías de Alonso comienzan cuando le eligen el hotel y él su habitación. No busca lujo, espacio, ni nada por el estilo, solo se fija en el número de su habitación, una extraña combinación de sumas restas y multiplicaciones sobre el número 14: "Es mi número. Era el dorsal de mi kart cuando fui campeón del mundo".