La de cosas que se habían visto hasta ahora en el Tour. Buenas y malas. Alegres y tristes. Pero nunca se había contemplado la imagen de todo un pelotón siguiendo el final de la etapa a través de una pantalla gigante. Unos se abrazaban. Otros se enojaban. Chillaban como forofos y animaban a los pocos velocistas que habían superado la caída; al compañero, al amigo, al compatriota. Ver para creer. Como si todos los futbolistas que no participan en la jugada de ataque se girasen hacia un videomarcador con las imágenes del partido para aplaudir el gol. ¡Viva el ciclismo! ¡Viva el Tour!

Sucedió en Flandes, región belga donde el ciclismo se vive con una especial admiración. Ocurrió en Gante, ciudad flamenca, adonde llegaba la segunda etapa del Tour. Todo llano, ni un montículo en el horizonte. Quince grados de temperatura, ambiente otoñal, paraguas abiertos y calzada resbaladiza. El libro de ruta, allí donde se informa del perfil y de los detalles de la etapa, tenía un error. Se trataba de una curva mal dibujada, a menos de tres kilómetros de la meta. Bendita cifra: tres kilómetros. Porque tras años de discusión, de heridas y rozaduras, de echar por los suelos los sueños de muchas figuras, la Unión Ciclista Internacional atendió las reivindicaciones y decidió que si se producía una caída en los 3.000 metros finales y el pelotón se quedaba cortado, entonces no pasaba nada. No había ninguna penalización en tiempo.

LA EXPLICACION DE VALVERDE Así que ahora, para evitar los sustos de antaño, las estrellas, los que se jugarán el Tour en la montaña o las contrarrelojes, se apean del peligro, se colocan en la cola del pelotón y que se apañen los esprínteres con su velocidad suicida. "Ahora si te quedas cortado, como nos ha pasado, no ocurre nada. Por eso lo mejor fue seguir la etapa por la tele", explicó Alejandro Valverde. "En estas etapas no se puede ganar el Tour. Pero sí se puede perder", razonó José Miguel Echávarri, el mánager de su equipo.

Y los velocistas fueron ayer los que se jugaron el tipo, los que se engancharon y los que se dieron de bruces en una brutal caída cuando quedaban poco más de dos kilómetros para la meta. Bicis que volaban, cuerpos atropellados, cascos rotos, unos encima de los otros. Por detrás, Evans, Valverde, Pereiro, Contador, Sastre, Leipheimer y Menchov, tan panchos, despreocupados, echaron pie a tierra, se aflojaron el casco y descubrieron una pantalla gigante que ofrecía el Tour a los seguidores apostados en la calle. Vinokurov fue de los pocos, por si acaso, que arrancó, no ocurriera que a alguien se le olvidara el reglamento.

En cambio, el resto descubrió el obsequio de la pantalla. Delante apenas se había quedado un grupo de 20 ciclistas. ¡A seguirlos por la tele! Freire, que no podía; los Quick Step, belgas, jugaban de locales. Todo estaba preparado para el triunfo de Boonen. Y otra sorpresa: Gert Steegmans, compañero, empleado de Boonen para que le prepare las llegadas, inmerso en el caos no se percató de que el jefe andaba por detrás. Merckx no se lo habría perdonado. La estrella fue batida en casa por un gregario. Doblete belga, al menos.