"Como siempre que vuelvo a Cáceres, para mí es un verdadero placer. Pasé grandes años allí y tengo muchos amigos". Manolo Flores atiende el teléfono móvil con la misma exquisitez de siempre, con idéntica humildad, como si él no hubiera sido el líder de aquel equipo subcampeón de Copa y semifinalista de la Copa Korac que tanta felicidad generó en Cáceres en la década de los 90. Como si él, en fin, no fuera una gloria viviente del baloncesto español, como si no hubiera hecho historia.

Flores llega para el campeonato de España de baloncesto infantil y cadete que se disputa desde hoy en Cáceres "para ver a los jugadores y hacer un seguimiento de futuro". Y lo hace en calidad de hombre fuerte de la cantera del Barça, aunque también es adjunto a la secretaría técnica del equipo que entrena Dusko Ivanovic.

"Aprecio mucho a la gente de ahí por cómo me han tratado", insiste, aunque su mejor amigo quizá sea de Mérida, el Angel Calle. "Ha sido un buen alcalde", dice distendido. Aún le resta una hora de camino hasta llegar al hotel Extremadura de la familia Pinilla, también muy vinculada a él emocionalmente.

Alegre por el retorno

Sentimentalismos al margen, Flores se alegra especialmente del hecho de que Cáceres haya recuperado el baloncesto profesional, aunque varios de los empresarios que han tenido mucho que ver en ello "no se portaron demasiado bien conmigo", dice sin rencor, alabando también el hecho de que gente puntual como Pedro Núñez o Eduardo Chacón "estén haciendo algo muy bueno por la ciudad en este nuevo proyecto".

Cuestionado por el veterano estadounidense Harper Williams, el nuevo fichaje del Cáceres que él conoce de muchos años en la Liga ACB, dice que "me consta que es un buen profesional, aunque no sé en qué estado físico estará ahora, pero está claro que les va a ayudar bastante porque se trata de un buen jugador". Flores, el mito ha vuelto.