La leyenda cuenta que el origen de su carrera futbolística estuvo marcado por el accidente de tráfico que dejó sobre una silla de ruedas a su hermana Alejandra cuando él solo tenía 10 años. Incluso se ha llegado a decir que Diego Forlán (Montevideo, 1979) decidió en aquel momento ser futbolista, en lugar de tenista, y prometió que ayudaría a su familia con los gastos, pero eso nunca fue así.

Es cierto que aquel episodio marcó su vida, ¿a quién no? Moldeó una personalidad muy particular, un futbolista con una preparación especial y con una sensibilidad descomunal hacia las causas sociales. Embajador del Unicef para los niños de Uruguay, Diego Forlán nunca ha faltado a la llamada de los más necesitados.

El delantero uruguayo es el típico caso de un hombre que conoció desde muy pronto el valor de la vida. Recientemente, ha presentado una campaña de tráfico, denominada Punto muerto , en la que su hermana, una reconocida psicóloga, impartirá charlas desde aquella terrible experiencia en la que perdió a su novio en la Rambla de Punta Gorda.

Pero Forlán siempre llevó el fútbol en la sangre. Primero, porque es uruguayo, un país donde no se entiende al hombre sin el fútbol, donde los cumpleaños, como dice él, se festejan con dos porterías y un balón; segundo, porque su padre es Pablo Forlán, un excelente lateral derecho entre los 60 y los 70, que jugó en aquel mítico Peñarol y que disputó dos Mundiales defendiendo la celeste de Uruguay; y tercero, porque su abuelo materno dirigió a Uruguay en el Mundial de 1962.

Tradición familiar

Diego empezó también en Peñarol, pero muy pronto pasó al Independiente de Avellaneda, convirtiéndose en un histórico goleador. Los ojeadores del Manchester pusieron sus ojos en él. Alex Ferguson le llevó a las islas. Para entonces, ya se había preocupado de aprender inglés para facilitar su adaptación. El equipo de Old Trafford pagó 10 millones euros. Fueron tres años largos y duros, conociendo la soledad del suplente, viviendo a la sombra de Ruud van Nistelrooy. Entonces, Forlán solo alardeaba de familia en una Liga donde es costumbre compartir un rato después de los partidos.

José Manuel Llaneza, seguramente uno de los mejores dirigentes del fútbol español, le fichó en su momento más bajo por 1,2 millones euros. Se destapó como un goleador excepcional, al lado del mejor Riquelme, con el que formó una dupla memorable. Tocó el techo de los goleadores de la Liga, logrando el Pichichi con 25 goles y compartiendo la Bota de Oro con Thierry Henry. Sus excelentes prestaciones en el equipo amarillo le han abierto de par en par las puertas del Atlético.

Su nuevo reto en la Liga española es descomunal en lo futbolístico, donde tendrá que luchar contra la alargada sombra de Fernando Torres y sin un Riquelme que intuya y perfile sus desmarques. Su debut, con el gol que dio el pase a la UEFA al club rojiblanco siete años después, no puede ser más esperanzador.

Gran personalidad

Los que han compartido vestuario con él le perciben como un tipo afable y de gran personalidad. Sin ser un líder, siempre da su punto de vista y se moja, como hace en el área, y le gusta ser especialmente participativo.

A su faceta de loco por el deporte --se traga todo lo que pasen por televisión-- se le une una pasión desmesurada por otros dos deportes: el tenis y el golf. Quizá de esos deportes individuales le brote de vez en cuando ese egoísmo del goleador, tan necesario para marcar, que incluso le lleva a sentirse insatisfecho si sale de un terreno de juego sin anotar, como si no hubiese cumplido su parte.

Diego Forlán es un personaje especial y el orgullo de su familia, con quienes comparte el FTF (Forlan Training Fútbol), una escuela en Montevideo, que dirigen su padre y su hermano y en la que su hermana Alejandra es la psicóloga.