No estuvo mal, pero tampoco bien. Y para ganar el Tour, al menos para intentarlo, ya que correrlo en otra dimensión, solo lo está haciendo hasta ahora Chris Froome, por supuesto, en la contrarreloj de la Ardèche, el mejor de los favoritos... más amarillo todavía.

Quien no estuvo ni bien, ni mal, fue Nairo Quintana, perjudicado en la fase inicial de la contrarreloj, lugar en el que el viento soplaba con violencia, sin piedad, como un azote, como un barrido, por su pequeño cuerpo y sus apenas 55 kilos de peso. "El paso por la garganta será muy duro". Así lo expresaba, poco después del mediodía, Imanol Erviti, el primero de los Movistar que franqueó la contrarreloj y luchó contra el aire. Ciertamente había muchas dudas en el autobús del Movistar, dudas de Eusebio Unzué, a quien no le gustó nada lo que prácticamente era una tempestad en forma de aire, ni tampoco a José Luis Arrieta, el técnico que acompañó al corredor colombiano en el coche del conjunto de Telefónica. "Empecé muy mal porque el aire casi me tumbaba, pero luego las piernas me respondieron realmente muy bien y acabé bastante fuerte".

Y fue verdad la confesión de Quintana, porque en la última fase, superada la cruél garganta a 15 kilómetros de la meta, anduvo de forma correcta, aunque perdió dos minutos más con Froome para situarse a tres del corredor británico, la misma situación vivida hace un año.

En el 2015, el líder del Movistar llegó a la fase final de cumbres con tres minutos perdidos con Froome, quien tradicionalmente (en el 2013 le ocurrió igual) sufre bastante en la tercera semana. Sin embargo, a Nairo le faltó territorio para llegar más allá de la segunda plaza.

Froome, en cambio, el ciclista que no quiso hablar de la carrera ni de sus sensaciones por el ambiente de duelo que respiró la prueba, aguantó el aire y lo que le pusieran encima para evidenciar que disputa el Tour en una dimensión superior.