Qué bonito saber que llega el domingo y por la tarde voy al fútbol con Jorge!. Eso sí que es espectáculo, Jorge viendo los partidos del Mérida. Su capacidad de síntesis lo define: los encuentros son «par-ti-da-so» si se gana, «una lástima» si no se golea o su recurrente «¡santa paciencia!» mientras avanza el juego empatado; perder todavía no hemos perdido esta temporada, no quiero saber la que puede armar si esto ocurre.

Al comienzo de temporada, vayan ustedes a saber por qué, elige a un futbolista de la plantilla como su líder (este año el de Pueblonuevo) y a ese le perdona todo, aplaude, anima y grita mientras que a otros los llena de «Uff» y resoplidos cuando deambulan por el campo. Los goles, sobre todo si se hacen esperar (algo frecuente en el Romano) cuando llegan se convierten en una perfomance inenarrable entre palmas con los cercanos, aireo de bufanda y gritos aleatorios hasta que conseguimos callarle.

Callarle cuesta porque Jorge no se anda con ambages para expresar su alegría, demostrando que nada se parece tanto a la ingenuidad como el atrevimiento. Durante algunas fases del partido se queda absorto cuando el juego triangula o la jugada es bonita, su mirada dice que no es lo mismo estar en las nubes que cerca del cielo.

Hace años, cuando empezamos a ir juntos al fútbol pensaba que tiernamente lo llevaba por ser down y me esforzaba para que se apoyara en mí. Alguien que nos veía en el Romano me sacó del error, era yo quien se apoyaba en él y no lo quiero por ser down, lo quiero por ser Jorge. Porque Jorge es y es así. Él y nosotros tuvimos la suerte de que cuando comenzó su vida humana, en el seno de Mercedes, la trisomía del par cromosómico 21 que define a los down aún no era una condena generalizada de muerte, una criba siniestra en el vientre materno.

El profesor Lejeune, padre de la genética, descubrió que el síndrome de down se debe a la presencia de un cromosoma de más y sus trabajos científicos le llevaron a reflexionar sobre las grandes cuestiones de la vida humana y acerca del papel que la medicina y la investigación deben tomar en defensa de los más débiles. Pero Lejeune, firme defensor de la vida se horrorizó cuando vio como su descubrimiento unos desalmados lo usaban para la muerte, para el crimen más horrible que hay porque se hace sobre la persona más indefensa. Al profesor Lejeune su valentía en esa defensa le costó, entre otras cosas, el premio Nobel pues cayó en desgracia ante los que abrían la puerta al aborto por supuestas malformaciones o enfermedades del feto. «Les desafío por si quieren ser una institución de la vida o de la muerte» les dijo. Votaron muerte.

Mi Jorge en el fútbol es argumento contundente contra esos desdichados que matan, porque su actitud es declaración de felicidad, su influencia es positiva entre quienes le rodean, su mensaje alegre y animante. Sí, ya se que mostrar a niños «distintos» felices puede perturbar la conciencia de quienes ven que se equivocaron, pero hay que celebrar la vida y los goles, estar vivos es un premio, una bendición que perdura. Y el fútbol esos domingos por la tarde es una excusa para emocionarse con detalles pequeños, enaltecer sentimientos, efímeros pero gratos y, si hace falta, llorar. Eso, Jorge, sí que es puntuar.