Sergio Gadea se conforma con llorar amargamente, perdón, felizmente, su primera victoria en el Mundial y con acariciar, antes de subirse a lo más alto del podio de 125cc, la vieja camiseta de su abuelo, Pablo Gadea, que le da tanta suerte. Jorge Lorenzo, el otro gran triunfador ayer en Le Mans, es todo lo contrario. Prepara con mimo, con enorme delicadeza y, sobre todo, originalidad, las celebraciones que va a escenificar tras sus victorias. Y, como lleva tantas (este año, cuatro de cinco), tiene trabajo para rato.

Lorenzo, que se diseña sus propios logos e idea cosas tan divertidas como esa bandera pirata que clava en la arena del circuito donde vence para "anunciarle a todo el mundo" que conquista "esa tierra", asegura que la preparación de esas celebraciones es una forma, como otra cualquiera, de soportar los duros entrenamientos.

Al mallorquín, que no le dolieron prendas a la hora de reconocer su error en una trazada y pedir perdón a Dovi por el empujón que le había dado ("lo siento mucho, he salido demasiado largo en una curva, he querido recuperar la verticalidad demasiado pronto, volver a la trazada buena y he chocado con él"), no se le ocurrió otra cosa ayer que disfrazar de Jorge Lorenzo a su amigo del alma, Dani Palau, que apareció en la vuelta de gloria y pretendió hacerse con su Aprilia. Tal y como tenían pactado, Lorenzo le dijo que se fuera a paseo, que esa moto era suya y que él era el dueño.