Una enorme bandera italiana y otra española arropaban a todo el equipo en la foto del box, esa instantánea que la escuadra de Flavio Briatore sólo inmortaliza tras un triunfo. Ganó Juan Pablo Montoya, es verdad, pero el podio de Fernando Alonso y Giancarlo Fisichella sabe a triunfo, no el de un gran premio, algo más importante, mucho más grande: el título mundial. Por eso el español, aún con síntomas de mareo por el esfuerzo, alzó sus dos brazos con rabia en la ceremonia de los himnos. Sabe que la corona mundial es suya. "Me da igual si es en Spa, Brasil o Japón".

Fisichella no acompañaba en el cajón a Alonso desde la primera carrera, en Australia. Allí ganó el italiano, favorecido por una lluvia caprichosa en la calificación. De Melbourne salieron las primeras palabras del español hablando entre líneas de sus verdaderas intenciones. "No he ganado, pero he conseguido seis puntos de ventaja sobre Michael, cinco sobre Kimi y tres sobre Montoya", dijo entonces.

Pocos le creyeron, incluso pensaron que tenía en Fisichella a su peor enemigo, pero cuando se dieron cuenta el asturiano ya era líder destacado. Por el camino se quedó Montoya, enredado en una lesión de hombro, y Schumacher, mermado por la soberbia de su equipo.

60.000 espectadores

El alemán ha penado de circuito en circuito hasta llegar a Monza, el feudo natural de Ferrari. Apenas 60.000 personas se dieron cita ayer en el autódromo italiano, 55.000 menos que el año pasado. Los italianos no querían ver a su escudería arrastrándose hasta el décimo puesto. Ni siquiera el podio de Fisichella les alegró el día y eso que no veían a un compatriota en el cajón de Monza desde el segundo puesto de Michelle Alboretto en 1988.

Los tiffosi italianos no pudieron celebrar un éxito de la escudería nacional, dado que las esperanzas de que los Ferrari, y en especial el del alemán Michael Schumacher, fueron baldías una vez más. El Gran Premio de ayer fue un ejemplo de lo que ha sucedido toda la temporada.

Fisico recogió el testigo 17 años después, justo cuando Renault más le necesita para escoltar a Alonso en la lucha por el título de constructores porque el de pilotos es ya casi del español. "Tendría que pasarle algo gordo en Bélgica para que no fuera campeón", reconoció Raikkonen.

Y el ovetense contestó: "Sería demasiada suerte que Kimi no acabara y yo ganara el título en Spa".

La tensión de carreras pasadas, las miradas cruzadas, las acusaciones veladas, dieron paso al reparto de elogios, síntoma inequívoco de que todo está decidido. "No quiero hablar más de esta carrera", dijo el finlandés Kimi Raikkonen.

Las últimas esperanzas del finlandés saltaron por los aires en el rapidísimo autódromo italiano, donde se celebró la segunda carrera más rápida de la historia. Montoya completó una media de 247,096 kilómetros por hora, sólo superada por Rubens Barrichello en el 2003.

Quizá pase mucho tiempo hasta que otro piloto sienta el mismo vértigo porque el camino emprendido por la Fórmula Uno es limitar las prestaciones de los monoplazas.

Regreso a Spa

Resonaba aún el eco del poderoso rugido de los F-1, mientras los equipos desmontaban todo el entramado para encajarlo en los camiones rumbo a Spa, otro escenario mítico. Allí logró Fernando Alonso el triunfo en la F-3000 que llamó la atención al mundo sobre su talento. Tenía entonces solo 19 años. Cinco temporadas han bastado para conducirle al título en la Fórmula Uno.