El proceso de las elecciones a la presidencia de la Federación Extremeña de Fútbol está a punto de convertirse, si no lo está siendo ya, en el mayor escándalo de la historia del deporte extremeño. Los acontecimientos están tomando un cariz esperpéntico, con las acusaciones de unos y otros sobre las votaciones que están desembocando en un lamentable espectáculo público a raíz de las informaciones que ha ido publicando desde el inicio este diario.

Voy a ser diáfano e ir al grano. Para mí, ni Elisardo Plaza ni Juan de Dios Monterde deberían ser presidentes después de todo lo acontecido, tengan razón o no en sus denuncias y sus ataques furibundos el otro hacia el uno, el uno hacia el otro. Esto ha nacido viciado, y lo peor es que la víctima principal es el fútbol regional. Partidarios de unos y otros reconocen, en privado, haber cometido irregularidades. Así de simple, así de vergonzosamente crudo.

Ayer se produjo el último capítulo de un culebrón interminable. Uno de tantos. El Comité de Garantías Electorales no tuvo que ver las reclamaciones que habían interpuesto dos clubs... porque estos las habían retirado. ¿Para qué se reclama, entonces? El árbitro Gil Manzano , de Primera División, votó correctamente, pese a la denuncia de una de las partes. ¿Qué se esconde? ¿Por qué tanto interés de unos y otros en asaltar el poder? ¿Cómo va a terminar esto?

De otro lado, el propio comité no atendió la reclamación de una de las partes --la de los partidarios de Plaza-- para que quedara sin efecto la paralización de las propias elecciones y ésta continuará hacia adelante. De momento, el panorama se torna desolador, con lo que el proceso está instalado en el desconcierto, con unos Judex increíblemente faltos de firma (el director general de Deportes, Antonio Pedrera , debería llamar a Plaza y Monterde cuanto antes para que, entre todos, se busquen soluciones) y un fútbol y fútbol sala de base que penden de un hilo.