Tyler Hamilton merecería subir el domingo al podio de París sólo por la dosis de valentía y sufrimiento que aportó ayer en la despedida pirenaica del Tour del centenario. Como si fuera un ciclista del pasado, menospreció las consignas actuales, las que hablan de atacar sólo al final, y buscó una locura a 120 kilómetros de Bayona.

Era el mejor final para el guión de la película de IMAX que se titula Brain Power (El poder del cerebro) en la que el estadounidense es protagonista y que filma desde que empezó el Tour.

Hamilton tenía el permiso de su amigo Armstrong para su gran fuga y tampoco molestaba a Ullrich. El duo decidió aparcar su duelo hasta la contrarreloj del sábado. La escapada no iba con ellos. Pero sí con un Euskaltel que no se sabe bien a qué juega en la recta final de la carrera.

El ciclista estadounidense del CSC escuchó por la mañana las consignas de su director, Bjarne Riis. "En 1996, en una etapa similar les saqué ocho minutos a Induráin y a Rominger". Riis se refería a la inolvidable etapa de Pamplona, en el Tour de 1996. Allí sentenció la carrera a su favor. Ese día se hundió definitivamente Induráin, en las cuestas de Larrau, el segundo puerto de ayer, donde Hamilton, tras superar a un grupo escapado, empezó su fuga hasta Bayona. Fue una carrera de persecución. El contra todos. En contra un Euskaltel sin fuerzas que defendía la cuarta y quinta plaza de Zubeldia y Mayo, con la furia que no exhibió en la etapa de Luz-Ardiden, cuando perdonaron a Vinokurov.

Hamilton no desplazó a la pareja vasca de sus plazas de honor de milagro. Y llegó a amenazar el podio de Vinokurov. El Telekom del kazajo salvó incluso al conjunto de Gorospe, que enloqueció muy pronto. A Hamilton no le importó sufrir un día más. Ya está acostumbrado a notar un crujido en su clavícula derecha cada vez que se mueve sobre la bicicleta. Y dice que sólo duerme bien de izquierda.