Dos días antes del partido los primeros aficionados ingleses han empezado a dejarse ver por Marsella. Pasan los años, pero sus señas de identidad son las mismas. Son reconocibles desde lejos: porque toman una terraza y no la sueltan y porque se les ve y se les oye. Fuera del campo ganan siempre la posesión.

Durante el jueves aparecieron paulatinamente los ‘supporters’, llegados incluso a través de vuelos con escala. En Barcelona, por ejemplo. Piel blanca, bermudas y muchas camisetas de la selección inglesa, blancas, o rojas. No se distinguen todavía las banderas que colgarán en los establecimientos -bares y pubs, exclusivamente- donde verán la vida pasar mientras esperan a que llegue el sábado y se encaminen al Inglaterra-Rusia, que comenzará en el futurista Vélodrome a las 21 horas. Para muchos será el tercer día de preparación. El debut bien lo vale.

Sin deslomarse en la búsqueda de la cervecería más fina, se asientan en uno de los bares del Puerto Viejo que les resulta familiar. Aunque nunca hayan estado en Marsella. ‘The Queen Victoria’. La Reina Victoria. Los hay a docenas con este nombre en Gran Bretaña. Para sentirse como en casa, con la pinta en la mano, y el agradable solecito vespertino. ¿Para qué subir a Notre Dame de la Garde?

A la que cae la noche, toca cambiar de bar. Contiguo a la reina está el no menos conocido y prestigioso pub O’Malley’s. La cerveza diluye vergüenzas y elimina escrúpulos. Los muchachos siguen cantando y se atreven ya en discutibles coreografías mientras repiten estribillos con riesgo: entonan encima de las mesas y las sillas, desafiando las alturas.

Cae un petardo en medio del grupo, mayoritariamente descamisado. Los chicos que sostienen la bandera del Leicester están a punto de caer entre el estruendo y el susto. Se miran unos a otros. Se ven enteros, con brazos y piernas completos, sin sangre que tiña los vasos dorados. Se reanuda la canción con renovada alegría.

La dotación policial se ha multiplicado en la oscuridad. La discreta presencia de los uniformes de la Gendarmerie va cobrando visibilidad por la noche. Los tres coches policiales aparcados frente a los chicos del coro se convierten en no menos de 20 antes de la medianoche, y los agentes se cuentan por decenas. Acotan el territorio británico, como si necesitaran protección no se sabe bien de qué, ordenan el tráfico y dirigen la circulación de marselleses y turistas, curiosos y melómanos. Luego vendrá lo peor.