Ha tenido siempre algo de incontenible la nadadora emeritense Paloma Marrero. El viernes, cuando se produjo la charla con este diario, cumplía 24 años, señalaba que en ella se han producido cambios dentro de una constante evolución, marcada por su estancia en la universidad de Akron, pero conserva un lenguaje directo y hasta descarnado.

«La gente quiere resultados. Y si no los tienes, eres una mierda. Yo intento no pensar eso. La natación española es así y tienen ese pensamiento. Lo que me han enseñado en América es que hay que hacer las cosas con el corazón, que el resultado no es lo que te tiene que dar la felicidad, sino el camino. Siempre intento pensar en qué estoy aprendiendo cuando hago las cosas. Es lo que me llevo a la almohada cada noche», sostiene con un discurso en el que las palabras salen a borbotones.

La chica sigue oliendo a inconformismo por los cuatro costados, como cuando era una adolescente que acumulaba medallas y récords en los campeonatos de España, aunque asegura haberse vuelto «más insegura» por el miedo que tuvo cuando regresó. «Me criticaron cuando me fui. Dijeron que me iba a perder, que iba a venir con 50 kilos de más, que no iba a una universidad de las grandes. Pero allí estuve bien. Me he llevado una hostia de realidad porque he visto que la única que ha cambiado he sido yo. Y eso me decepciona», lamenta.

GIJÓN Y MÉRIDA / Cuando hace un año regresó de su experiencia yankee se enroló en el Santa Olaya, un club de Gijón que le ha permitido al mismo tiempo hacer prácticas como profesora en un colegio de la ciudad asturiana. Allí le sorprendió el inminente estado de alarma y tuvo que volver precipitadamente a Mérida, donde reside su familia, para pasar el confinamiento.

«El presidente me dijo que me marchase antes de que se cerrase todo», cuenta. Alguien tan inquieto por naturaleza es casi normal que las dos primeras semanas de encierro «no las llevase nada bien, me puse loca», pero luego todo mejoraría.

«¡Es que no me gusta estar en casa! Estoy todo el día en la calle. En Gijón hacía las prácticas por la mañana y entrenaba por la tarde. Aquí cuando empecé a asimilarlo se me ha pasado muy rápido y me ha venido muy bien. Ha sido como una recarga de pilas», explica Marrero, que ha tenido «el apoyo emocional» de su perra, a la que llamó Xena, como la princesa guerrera de la serie de televisión. Todo un mensaje.

Sin embargo, su nostalgia de practicar su deporte ha sido incontenible. Solo se ha visto interrumpida hace unos días, en la pequeña piscina (10x7 metros) de la casa en el campo que tiene la familia en Valverde de Mérida. «Di cuatro brazadas y estaba cansada ya», lamenta. Pero eso no es hacer natación. «Lo echo mucho de menos. Me encantaría estar entrenando, pero no me quiero arriesgar», sostiene. Su temporada de regreso estaba siendo buena, incluyendo su participación en el Europeo de piscina corta en Glasgow el pasado diciembre.

EL FUTURO / «Me podría haber ido mejor. Fue todo un poco raro en el Santa Olaya. Había mucha tensión. Yo hago mi trabajo. Entreno lo que me dicen, pero no tenía la misma motivación que al principio. Fue como empezar de cero, como que todo lo que había hecho no había servido para nada», recuerda.

No consiguió la marca mínima para los Juegos de Tokio, postergados después. «Nunca había soñado con ello. Hay muy buenas nadadoras en mi especialidad. Más bien lo que buscaba era un puesto en el Europeo de piscina larga. Busco mejorar, ir avanzando pasos pequeños para ir llegando poco a poco a objetivos intermedios». El siguiente, cuando se reanuden las competiciones, es el Mundial de piscina corta en Abu Dabi en diciembre y preparar el 4x100 estilos. ¿Y fuera de la piscina? Se adaptó bien a Gijón y sus planes pasan por «hacer oposiciones o trabajar en un colegio privado». 100% Paloma Marrero.