Irrumpió en la F-1 como una estrella, como la gran esperanza inglesa. Sin apenas experiencia, Frank Williams sentó en un F-1 a Jenson Button y con 20 años se convirtió en una estrella prematura con cartel de sex-symbol, una especie de James Hunt, que instaló su residencia en Montecarlo rodeado de lujo, chicas y una fama de piloto rápido que ha tardado una década en encontrar el respaldo de un título.

Button (1980), inglés de Somerset e hijo de un modesto lavacoches, Jonh, el simpático sesentón que le acompaña en todas las carreras, fue una estrella casi desde niño. Ya era la imagen del póster que anunciaba el Mundial-96 de kárting en Genk. Sí, aquella en la que Alonso se coronó campeón.

Jenson es campeón de Gran Bretaña y de Europa, pero no del mundo, y su excelente palmarés en fórmulas inferiores --campeón de la Fórmula Ford-- le llevó a dar el salto a Williams cuando Frank necesitaba nuevos valores en el 2000. Lo hizo bien, pero no tenía nombre y fue cedido a Renault, donde un probador como Alonso, otra vez, le arrebató el sitio tras dos temporadas discretas.

Sin confirmar

Convertido en un sex-symbol, su estancia en Honda le disparó al tercer puesto del Mundial en 2004, pero desde entonces la fama de gatillazo le había perseguido por encima de su talento, ya que se convirtió en centenario en F-1 sin haber mojado una victoria. Llegó después de 113, en el GP de Hungría 2006, dos años después de una buena temporada y antes de una racha sin resultados (2007 y 2008) que le había dejado en el paro el pasado invierno.

Honda se retiró de la F-1 y el equipo no encontraba futuro, o eso parecía mientras Ross Brawn maniobraba por detrás para construir un coche invencible con un año más de trabajo que el resto y un doble presupuesto --el de dos años-- con el que saqueó las arcas de Honda antes de hacerse con la titularidad del equipo. Jenson Button estaba entrenándose en Lanzarote durante el invierno (practica el triatlón) y, cuando regresó a Inglaterra, se encontró con que no tenía coche ni equipo.

Pero Ross sacó los coches a pista y "el parado y el jubilado" --como Briatore bautizó a Button y Barrichello-- se mostraron intratables. Jenson ganó seis de las siete primeras carreras y supo que sería campeón cuando consiguió la pole y el triunfo en el GP de Mónaco, donde solo ganan los grandes, como Senna y Prost "mis ídolos", según reconoce. En Mónaco, donde reside desde 2000, cuando recién llegado a la F-1 ya se convirtió en una estrella, supo que sería campeón mientras descorchaba una botella de champán en su barco.

Rubio y guapo, siempre fue un icono en Japón. Desde el domingo, es el 31º campeón del mundo, algo que en los últimos años ni soñaba. "Amo ganar, pero nunca pensé que podría ser campeón de F-1. Es algo muy difícil, necesitas el mejor coche, mucha suerte y te enfrentas a los mejores. Pero mira, ¡soy campeón del mundo!", dijo al bajar del podio.

A mitad de temporada, Brawn, el ingeniero milagro, hizo variar el equilibrio del coche para superar los problemas que mostraban para calentar los neumáticos. El cambio perjudicó a Button y benefició a Barrichello que, regularmente, superó a su compañero en calificación y carrera. "Ha sido realmente difícil", reconoció Button, "pero el título lo recompensa todo".