Subía por Alpe d´Huez sin presión, sin ser todavía ningún referente internacional. En la distancia, siempre a tiro, veía a Joseba Beloki. El iba tranquilo, sin impacientarse. Observaba cómo Armstrong le hacía señas a Heras para que marcara un ritmo rápido que sirviera para que, poco a poco, la ventaja con Beloki fuera disminuyendo. Pero él tenía un objetivo claro: quería que la octava etapa del Tour del 2003 no pasase desapercibida en su vida deportiva. Quería también que se recordara en una curva. La curva Iban Mayo , la recompensa que da la estación a cada triunfador en una cima memorable.

"Algo extraño le pasa a Armstrong", pensó. Sucedía algo anormal. ¿Por qué no atacaba el tejano, según su costumbre, una vez capturado Beloki? Por eso se le ocurrió aquello que sólo intentan los grandes genios de la bici: se acercó a Armstrong, sin que éste se percatase. Y le oyó resoplar. Demasiado. "No va bien", se dijo.

Precedente ilusionante

La señal. El instante. El tren que sólo se para una vez en la estación. Había que subirse al vagón. Se quitó el pinganillo de la oreja. Era improcedente escuchar consignas desde el coche del Euskaltel. "¿Dónde voy? --volvió a decirse a sí mismo--. "Pues, a la cima". En aquella ocasión le quitó por primera vez dos minutos a Armstrong.

¿Un secreto de este chaval de 26 años con la nariz enrojecida por el sol? El nunca lo dirá por la boca grande. Pero ansía pasar a la historia como el hombre que derrocó al monstruo. Casi daría el triunfo en el Tour, gesta que todavía no se atreve a pronosticar, con tal de tumbar al tejano, aunque fuese otro el recompensado por la acción de Mayo.

Cabello revuelto, juguetón, parlanchín... Parece que se tome el ciclismo como un juego, despreocupado, como si la competición no fuese con él.

De noche, 8 de junio del 2004, Iban Mayo viste el maillot amarillo del Dauphiné Liberé. Saluda a José Antonio Ardanza, presidente de la compañía Euskaltel, al que siguen llamando lendakari, porque, según la ley vasca, quien un día ha sido lendakari lo es para toda la vida. ¿Y qué no sabe Ardanza? Pues no sabe que al jefe de su equipo ciclista le han robado el móvil y le han dado uno que no tiene cobertura en Francia. En casa del herrero, cuchillo de palo. Mayo llama a su novia con el teléfono del director, de Julián Gorospe. Está a punto de lograr una victoria de postín, de noquear a Armstrong en el Ventoux y sólo se preocupa por comer las tabletas de chocolate que un nuevo admirador le ha comprado.

Este invierno, dicen sus amigos, se ha concentrado exclusivamente en la bicicleta. Ha entrenado como nunca, venga, dale y dale, y gracias a ello, ha cogido esta forma que saca de rueda a los colegas en los entrenamientos. Como los sacó a todo de ruedas, y en el llano, en la última etapa de la Vuelta a Asturias. A 50 kilómetros de la meta de Oviedo le dio por atacar, en un repecho de nada. "Y se tiró 50 kilómetros tirando, sin que ninguno de nosotros pudiésemos darle un relevo. Nos llevaba a todos con el gancho, a duras penas podíamos ir a rueda", dice Paco Mancebo, campeón de España. Se ha propuesto noquear a Armstrong. Y, si puede, lo hará. Como si fuera un juego.