A partir de hoy, el precio de una victoria en el Mundial es rozar prácticamente la gloria. Y una derrota te deja a las puertas del éxito. Han llegado los cuartos de final, el inicio de la última y decisiva semana del torneo, con España entusiasmada, recuperando la sonrisa tras abatir a Portugal. De ganar mañana a Paraguay, a La Roja se le abriría el camino de la leyenda al colocarse en las semifinales. Lo nunca visto. Antes, Brasil y Holanda reeditarán hoy uno de esos viejos y ya clásicos duelos, mientras Ghana intenta mantener a Africa en pie frente a un Uruguay escandalosamente alegre. Vino de la repesca para colarse casi entre los cuatro mejores del mundo. Entre hoy y mañana, todos se juegan los cuartos de verdad.

Cada partido es un mundo. Cada mundo es una esperanza. Brasil, por ejemplo, hace tiempo que abandonó el jogo bonito. Con Dunga no hay lugar para la samba, si acaso a Robinho se le permiten un par de bicicletas para que nadie reniegue de lo que representa esa camiseta verde amarelha, con cinco estrellas cosidas en el corazón. Cinco estrellas, cinco Mundiales.

Y Dunga, ese tipo serio, con cara de estar enfadado eternamente, incluso consigo mismo, no ha venido a Africa para hacer tonterías. Viene a coser la sexta.

LA OTRA HOLANDA Entre el histrionismo de Lúcio, el capitán, anda la eficacia silenciosa de Luis Fabiano, bajo la protección de obreros como Gilberto Silva o laterales como Maicon, digno heredero de Jorginho o Carlos Alberto. Con ellos está en cuartos. Ni ha necesitado al nervioso e irascible Kaká. Alves, en cambio, que venía como suplente de Maicon, ha hallado un sitio por la lesión de Elano.

No es Brasil lo que era, o lo que se espera siempre de esa camiseta, pero todavía gana. El día que pierda, si es que pierde, a Dunga lo correrán a gorrazos en su país. ¿Y Holanda? ¿Le bastará con Robben y Sneijder?

Curiosa contradicción. Brasil se ha europeizado como en 1994, con Dunga entonces en el campo, y Holanda se ha hecho alemana. O sea, la Alemania de Löw se acerca más al ideal de la Holanda que revolucionó el fútbol en la década de los 70.

Y los chicos que visten de naranja se distinguen, sobre todo, por su fortaleza defensiva, fiados a Robben.

Mientras tanto, Uruguay y Ghana pelearán hoy en el Soccer City por un pedazo de la historia, Alemania y Argentina se tiran los trastos a la cabeza. Unos atacan a Maradona "no tiene sistema, no tiene concepto", le criticó Matthäus y él responde como sabe. "¿Qué pasa contigo, estás nervioso?", le dijo el técnico al centrocampista alemán Schweinsteiger. "Los argentinos no saben perder", afirmó Lahm, el capitán germano. En el 2006, Messi lloraba en Berlín una derrota ante Alemania que le echaba de su primer Mundial. Estaba en el banquillo. Ahora es la estrella y viste como el mejor, pero aún le falta un gol.

Con Ronaldo de vacaciones, mientras Portugal le escupe su ira, y Rooney bebiendo cervezas en algún pub inglés, Messi aún sigue aquí, aunque ayer no se entrenó porque estaba congestionado. Maradona no deja de mimarle.

VILLA, COMO ZARRA Tampoco se ha ido Villa, el nuevo jugador del Barça, el gran delantero del Mundial. No solo por sus cuatro goles sino porque ha devuelto el entusiasmo a una renacida España. Se ha emparentado con el mito de Zarra con tres tantos en tres partidos consecutivos: Honduras, Chile y Portugal. Desde 1950, la selección no ha hecho nada en un Mundial.

Saben español perfectamente, pero en el duelo de mañana ante la Roja parecerá lo contrario. El saludo, algún insulto si hace falta y poco más dirán en castellano. Los paraguayos se comunicarán en guaraní, el idioma nativo que defienden con orgullo y utilizan siempre ante rivales que hablan en castellano. Cuentan los jugadores argentinos, chilenos y uruguayos que es un espectáculo oírles en el campo. No se entiende absolutamente nada. Es el arma secreta de Paraguay. Que dos rivales hablen en lenguas distintas es lógico en un Mundial, pero en el caso de los paraguayos adquiere una dimensión curiosa. No es un tema menor. "Para el contrario es como si habláramos en japonés. Nos es de mucha utilidad, sobre todo en las jugadas de estrategia", explica Roque Santa Cruz, el delantero del Manchester City que estuvo ochos años en el Bayern.

Hablar el guaraní es casi una obligación en la albirroja. Buscando una comparación en España, este idioma sería una especie de euskera, que no se parece en nada al castellano. El vocabulario futbolístico es extenso, desde los términos clásicos, como embohasa (¡pasa la pelota!), eike (¡entra!), esª (¡sal!), ejopy (¡aprétale!) y epoi (¡centra!), hasta otros menos ortodoxos como epyvoi (¡patéalo!). Todos son habituales en el vocabulario guaraní. Los jugadores se sienten cómodos hablando su lengua, pero también tendrán que hablar el lenguaje del fútbol, el que vale.