Interrumpió su comparecencia pública al menos un par de veces de manera prolongada. No podía, pese a sus evidentes intentos. Lloraba Pedro Romero Ocampo (Plasencia, 4 de junio de 1982), lo que impedía al deportista articular palabra en el despacho de abogados del cacereño Ángel Luis Aparicio, que le acompañaba puede que en el peor momento de su vida y que completó la argumentación jurídica del acusado de dopaje.

En la sala, frente a él, al fondo, algún familiar e incondicionales a su causa llueva, truene o escampe, como el jefe de prensa del Extremadura Ecopilas, Rafa Carbonero, otro que cree en su inocencia más absoluta.

«Pedro no habrá dormido; estoy seguro», decía Carbonero, hombre clave en que el asunto de las acusaciones no hubieran salido a la luz hace justamente un año, cuando este periódico conocía ya algún detalle de lo que estaba sucediendo alrededor de uno de los deportistas más conocidos y reconocidos dentro del panorama extremeño durante lo que va de siglo XXI.

Romero llegaba desde Plasencia precipitadamente a Cáceres a explicar su particular verdad. No llegó a pronunciar el nombre de quien ha iniciado la cruzada contra él, según su teoría, por razones personales, profesionales y alguna condición de peso más, quién sabe.

«Lo he ganado todo, desde pequeño». Con ello Romero quería subrayar su condición de cilista limpio de cualquier trampa en su trayectoria.

Aparicio insistía una y otra vez en la inocencia de su cliente mientras éste intentaba evitar derrumbarse definitivamente, circunstancia que estuvo a punto de ocurrir. Tres cuartos de hora de rueda de prensa que terminaron con Romero levantándose, saludando a los periodistas y marcharse con un: «voy a desconectar y desactivar redes sociales». El tiempo dará y quitará razones.