Lance Armstrong, como escribió en el 2013 Michael Specter en 'The New Yorker', "no era un hombre, era una idea, un mito americano". Su articulación y construcción, es bien sabido ya, se basó totalmente en la trampa y en la mentira. Y quizá por eso cuando la idea implosionó y el mito se derrumbó, dejando herido el ciclismo y destrozados los corazones y las mentes de los estadounidenses para quienes se había convertido en un icono más allá de las dos ruedas por su lucha contra el cáncer, su historia de superación y su resistencia a tirar la toalla, lo hizo sin posibilidad alguna de reconstrucción. Ni siquiera en el país donde la épica de las segundas oportunidades es religión.

Ocho años después de que se acusara al ciclista de liderar "el programa de dopaje más sofisticado, profesionalizado y exitoso que el deporte ha visto nunca" y se le despojara de sus históricas siete victorias en el Tour de Francia y de su medalla olímpica, siete después de hacer en una entrevista con Oprah Winfrey una confesión