Es curioso lo del equipo Astana. Imagínense la historia en un club de fútbol. La mitad de la plantilla del equipo, utilleros incluidos, trabajando para una de las estrellas, y el resto, para la otra.

Los mecánicos de Lance Armstrong no tocan ni por asomo la bici de Alberto Contador. ¡Faustino Muñoz no lo iba a permitir! Los hombres del pinteño, arropándolo con sumo cuidado. Y, en medio, Haimar Zubeldia, que, como un buen soldado, se limita a cumplir las órdenes que se le dan en cada momento.

Contador era un hombre feliz hasta que una mañana, en la riojana ciudad de Calahorra, en el autocar del Astana, Johan Bruyneel le comunicó que la noticia del retorno de Armstrong no era un farol y que vendría al equipo. Desde entonces, la relación entre el ciclista madrileño y el técnico belga ya no ha sido la misma.

No hay que olvidar tampoco que en febrero del 2008, cuando la dirección del Tour excluyó al Astana de la edición de hace un año como réplica al positivo de Alexandre Vinokurov, Alberto Contador se mantuvo fiel a la escuadra kazaja y no quiso ni oír hablar de cambiar de equipo, cuando lo podía haber hecho. La dirección del Tour lo invitó a tomar esta decisión, y también la de la Vuelta a España.

Exídolo

En Calahorra, salida de etapa de la ronda española, se le vino el mundo abajo a Contador y eso que, hasta entonces, Armstrong había sido no solo el ciclista que más admiraba, sino su ídolo de adolescencia. Armstrong, en el Tour del 2007, había tenido el gesto de acompañarlo en el coche de Bruyneel para darle apoyo en la contrarreloj final. Eran los tiempos en que se intentaban buscar trapos sucios del tejano en Francia y él había prometido que no se acercaba a la carrera, ni por asomo.

Hasta la televisión francesa, que ahora trata de no perder detalle de Armstrong en todas las etapas, le negó el más mínimo plano. Ahora, entre los dos no hay relación, aunque Contador no ha querido entrar en el juego de réplicas y contrarréplicas con el que el tejano, seguramente, trataba de descentrarlo. La imagen se vio ayer en la trastienda del podio.

Ambos atendían los compromisos propios del Tour y a las televisiones que emiten la carrera en directo, ignorándose el uno del otro. Ni hubo abrazos, ni se estrecharon las manos, ni siquiera se guiñaron un ojo. Cada cual a lo suyo, con lo suyo. Nada que demostrase que eran y son compañeros de equipo.

Contador no quiso entrar en polémica. "Todavía no he visto las imágenes por televisión y no sé cómo han actuado por detrás Klöden y Armstrong", argumentó cuando se le preguntó en privado qué tal le había parecido la situación extraña que se dio en los últimos kilómetros. El peleaba por el jersey amarillo y los compañeros que vestían su mismo maillot publicitario tiraban del resto de adversarios. Incomprensible.

El compromiso

¿Qué pasará ahora Armstrong? Prometió fidelidad. Por eso, lo primero que hizo cuando subió al coche de equipo fue encender el móvil, conectarse a la red del Twitter y alabar al nuevo jersey amarillo de la ronda francesa. "Le felicito de todo corazón. La subida ha sido muy dura y Contador ha estado súper y con mucha potencia".

Sin cámaras que lo siguieran se sinceró, aunque conocedor, tampoco hay que olvidarlo, que sus mensajes en el Twitter se leen enseguida en la sala de prensa del Tour. El definitivo cambio de ciclo ha llegado, pese al extraño retorno del tejano. Y, mientras tanto, los padres barcarroteños de Contador, disfrutando de lo lindo. Disfrutando de su campeón. Disfrutando de un presumible doble campeón del Tour, algo al alcance de pocos.