Basta con que se haya vestido un par de días con el maillot amarillo. En la carretera ya pintan su nombre. Thomas Voeckler ha pasado de ser un corredor desconocido a convertirse en el nuevo ídolo de Francia, en la estrella que anhelaba el país que organiza el Tour, pero que no encuentra a uno de los suyos que lo gane.

Hay quien dice que el ciclista, de 25 años, está tan centrado en su nuevo papel de líder de la ronda francesa y tan entusiasmado con la maravillosa renta que lleva que se ha propuesto conservar la prenda hasta la cronoescalada de Alpe d´Huez. Le saca 9.35 minutos a Armstrong; 10.11, a Hamilton; 10.30, a Ullrich; 11.20, a Heras; y 15.02, a Mayo. No es mal corredor. Se defiende muy bien en la montaña, tiene un carácter agresivo sobre la bicicleta y una fuerte personalidad fuera de ella. Al igual, alguien se arrepiente de haber consentido su fuga en Chartres, donde sacó más de 12 minutos.

Gran ambiente

En el día de ayer, el autocar de La Boulangere, su equipo, era todo un espectáculo. Buen ambiente. Felicidad total. No era para menos. La Boulangere, el equipo en el que estuvo este año Joseba Beloki hasta que pactó su despido, busca un nuevo patrocinador.

El jersey amarillo de Voeckler es el mejor reclamo para Jean-René Bernardeau, exciclista de los 80 y creador de una escuela de ciclistas, que apadrina la región de La Vendée.

El lema no es otro que ciclismo sano, sin drogas y sin ayudas raras. Representa una nueva corriente, la que aparta al viejo ciclismo, el de las locuras y los experimentos. Y los franceses le tienen ya por ídolo.

La desaparición de su padre, un psiquiatra que se instaló en La Martinica para navegar y conducir veleros entre Europa y América, le marcó y le endureció. Al padre y al velero se los tragó el mar. "Desapareció. Seguro que murió, Pero si está vivo, sólo me consuela que seguirá queriéndome", dijo el mismo día en el que se vistió de amarillo.