El pasado domingo tuve la suerte de participar en la media maratón más multitudinaria celebrada en España, la media maratón ASICS Villa de Madrid. Todo es relativo, ya que por ejemplo el mismo día se corrió en Barcelona la famosa Cursa del Corte Inglés, prueba de algo más de 10 kilómetros en la que se inscribieron más de 55.000 personas.

Mi resultado ya está en las hemerotecas. No fue mi mejor carrera, quizás la del primer clasificado haya sido muy buena, una de las mejores de su vida. Lo que nunca saldrá en prensa, y es lo que me gusta de estas pruebas, son las pequeñas historias de cada uno de los que entra en meta con su celebración, con su pequeña o gran victoria.

Entre que nos cambiamos y como la entrega de trofeos se producía justo junto al arco de llegada, pues entre unas cosas y otras nos dieron las tantas- y tres horas después de la salida pude ver la llegada a meta del último clasificado. Su tiempo, 3 horas y 39 segundos para acabar en el puesto 12.261. Su nombre, Manuel Argandoña. Su victoria, probablemente de las más grandes del pasado domingo.

La meta se cerraba a las tres horas pero ya en la recta final voluntarios y jueces le hicieron un pequeño pasillo tras la entrada. Manuel aplaudió mientras cruzaba corriendo el arco y las alfombras que marcarían su tiempo. Se quitó las gafas de sol, miró el vacío banco de fotógrafos, repleto tras la llegada de los primeros clasificados, y ya andando y enjugándose el sudor, se dirigió a paso firme a recoger su avituallamiento.

Agua, bebida isotónica, fruta sin titubear, como aquel soldado que tras cosechar una gran victoria en una batalla sabe que la meta no está allí, sino que la verdadera victoria está en seguir adelante, en seguir vivo y en poder plantearse nuevos retos, otras metas.