Guau! ¡Que sensación más bonita! Hacía tiempo que no lo sentía, concretamente 52 días en los que el único soplo de aire fresco que rozaba mi cara era para ir a hacer la compra y en estos últimos dos días de confinamiento para pasear tranquilamente, ¡por fin!

Es cierto que afortunadamente hemos podido disfrutar de la terraza, sobre todo en los días soleados, aunque os he de confesar un pequeño secreto: me encanta salir los días nublados, sentarme en un sillón que tenemos fuera, para ver y escuchar cómo llueve estando en la terraza, o cuando se podía… mojarme en la calle (lógicamente cuando chispea, que si no me calo entero).

Cada vez que hemos salido a la terraza era una buena bocanada y recarga de energía para aguantar el confinamiento lo mejor posible. Celia se levanta cada mañana llamando a los ‘apitos’, que son los pajaritos, así que lo primero que hacemos al despertarla es subir su persiana y abrir la cortina, y ahí están los ‘apitos’ piando, dándole los ‘titías’ a la ‘pequeña terremoto’ (titías = buenos días).

El lunes salí a correr por primera vez. Tenía puesta la alarma a las 6:30 de la mañana, pero el reloj biológico de Celia sonó antes que el digital, concretamente a las 6:20 al son de ‘bibi, bibi’ así que mejor, prefiero despertarme con la voz de mi hija en vez de con un ‘piiii piii piii’ aterrador.

Tras darle el bibi, me uniformé como si de Martín Fiz o Abel Antón se tratara, para los de la LOGSE, dos maratonianos españoles muy cracks (no soy tan mayor, pero recuerdo a ambos por sus míticas participaciones en los Juegos Olímpicos), y a la calle.

Prácticamente no me crucé con nadie en el camino de ida, tened en cuenta que salí de casa a las 6:50, poniéndome como objetivo (siempre y cuando no hubiese gente) llegar a la parte antigua, lo necesitaba. Necesitaba volver a adentrarme por el Arco de la Estrella, subir el Adarve de la Estrella hasta la Puerta de Merida, volver a la Concatedral… en definitiva, perderme por un lugar mágico.

Salí concienzudamente a esa hora, sabiendo que sería poco probable encontrarme con gente por la ruta que quería hacer, y así fue. En caso de haber visto a alguien durante ese recorrido tenías varias opciones previstas, como ir por una calle alternativa, bajar el ritmo hasta el de paseo o directamente pararme si veía que la otra persona pudiera sentirse incómoda, por supuesto respetando la distancia en cada situación (tengo entendido que para los ‘runners’ son de unos 10 metros).

Por suerte no me crucé con nadie por la parte antigua. Tras haberme quitado el mono de parte antigua, el camino de vuelta siguió por la plaza de toros y ronda norte. Allí ya si había más gente y traté de seguir las indicaciones de ir en sentido de la vía. La verdad es que la mayoría de gente también lo hacía.

Ha sido una experiencia muy buena, donde ha reinado el civismo y, ante situaciones de duda, me he encontrado con gente amable, y en la que hemos compartido un par de palabras y sobre todo respeto para convivir en esta nueva normalidad.

#YoMeQuedoEnCasa cada vez por menos tiempo… pero cada vez con más cuidado.