En todo este tiempo que llevo escribiendo esta columna semanal he intentado mostrar mi visión del baloncesto y acercar al aficionado a este bonito deporte y lo que le rodea. Siguiendo esta línea hoy voy a escribir acerca de un componente muy importante de este mundillo y que todavía no ha sido comentado. Los agentes.

El representante es una figura fundamental cuando este deporte pasa a ser profesional. Normalmente está ´demonizada´ y se suele tener una mala impresión de ellos. Es muy fácil por parte de los jugadores, clubes y medios echarle la culpa cuando una operación sale mal, o un jugador decide romper su contrato. El jugador se escuda en su agente, los clubes en que es el intermediario el que pide más, y es en él en quien recaen las reprimendas cuando el jugador realiza alguna ´trastada´. En toda transacción comercial, siempre existe un intermediario. Un comprador esta interesado en un producto y hay un productor de este servicio. El baloncesto no es diferente. Si la figura del representante no existiera, serían los jugadores, uno a uno, los que tendrían que ofrecer sus servicios a todos los clubes existentes, y viceversa, los equipos tendrían que hablar con cada jugador para conocer su situación y pretensiones e iniciar una negociación. El agente es el catalizador.

Se suele tener una imagen negativas de ellos. Se piensa que son avaros, interesados y partidistas. Como en todas las actividades, hay buenas y malas personas. Solo se les nombra cuando una operación sale mal. Nadie habla de las horas que pasan fuera de sus casas lejos de los suyos, al teléfono atendiendo los caprichos de jugadores y entrenadores, o enfrascados en duras negociaciones.

Yo he tenido la suerte de contar con dos representantes en mi carrera profesional que han sido más que eso. Han sido mis guías, confidentes y en muchos casos, hasta mis padres. Han estado a mi lado siempre, cuando las cosas iban bien, y cuando no lo iban tanto.