Tras casi dos semanas en las que el balón se quedó en los armarios, en las que el foco se centró fuera del campo, con episodios como la sanción a Mourinho por meterle el dedo en el ojo a Tito Vilanova o el paso por los juzgados de un expresidente (Laporta) admitiendo haber cobrado 10 millones por un negocio en Uzbekistán, el fútbol vuelve a ser lo único trascendente.

Manda de nuevo el balón, la Liga, la Champions, al menos hasta el nuevo parón de las selecciones el próximo mes. Regresa el balón y con él también Iniesta, el espíritu que mejor encarna la esencia del Barça.

En este parón donde se ha reabierto el viejo cisma entre Laporta y Rosell, seis años después de su tumultuosa separación, con amenazas de demanda sobrevolando el entorno --Laporta considera que el actual presidente ha atentado a su honor-- y un inacabable proceso de judicialización al que no se adivina, de momento, fin, Guardiola ha decidido blindar más a los jugadores para evitar que el caliente entorno del Camp Nou afecte al equipo.

No es casual que durante estos días abriera durante un cuarto de hora los entrenamientos y ayer, en el retorno al trabajo del grupo, excepto Messi, Mascherano y Alves volviera a cerrar las puertas de Sant Joan Despí.

No quiere que nada afecte a la estabilidad del grupo. Cuando se entrenaban Iniesta, que recibió el alta la pasada semana, Pinto, Fontás y Maxwell, Guardiola dejaba verlos sin problemas. Ayer, no. Ayer, volvió a bunquerizar a la plantilla, manteniendo la prohibición a los futbolistas de conceder entrevistas individuales.