No os preocupéis, aunque ande de cabeza en la última semana antes de mi objetivo invernal, la Maratón de Sevilla, no se me ha mezclado con ningún plato "exótico" que haya probado últimamente o alguna salsa especial. Tampoco va a ser la táctica que utilice este próximo domingo para intentar cosechar un buen resultado y, quizás, el título de campeón de España de maratón.

El titular viene nada más y nada menos a que, después de dos horas y unos cuantos minutos, no más de 14, pasadas las nueve de la mañana del domingo 13 de febrero, espero haberme ganado, o hacer méritos para ello ya que hasta el 23 de mayo no conoceremos la selección definitiva, a representar a nuestro país en los Mundiales de atletismo que se celebrarán este verano, a caballo entre agosto y septiembre, en Daegu (Corea).

Y en esas estamos intentando comprimir los casi 3.500 kilómetros de entrenamiento desde finales del mes de agosto del año pasado en esos 42.195 metros que me han hecho soñar cada día, cada carrera de los últimos meses.

Muchas veces nos preguntan a los atletas qué pensamos cuando corremos, por dónde nos ronda la cabeza en tantas y tantas horas de frenético batir de piernas contra el suelo. Esta vez tengo respuesta, o casi, porque la mayoría del tiempo, alternando entre la atención al suelo, a los viandantes, a los perros con o sin correa, a las bicis, los coches, los repartidores de publicidad, etcétera, mi mente recorría las calles de Sevilla, revivía sensaciones, imaginaba tiempos de paso, compañeros y rivales, entradas al estadio, a meta. Cientos de veces habré cruzado ya la meta de la maratón de este domingo... pero la buena, la que vale será esta última, la de este domingo, luego ya, aunque vuelvan a pasar por mi cabeza las mismas imágenes, ya no tendrán el mismo sentido porque el sueño, espero, se habrá convertido en realidad.