Hija de la velocidad, miembro de una familia vinculada casi de por vida a las carreras, a la enseñanza automovilística. Es más, papá Emilio de Villota (dos grandes premios de F-1 en 1977) y sus hermanos Emilio e Isabel comparten con ella, en el circuito del Jarama, una escuela en la que enseñan a ser lo que ella intenta ser: piloto de F-1. María de Villota («sé que tengo un hueco en la F-1 y a ello estoy dedicando mi vida», dijo al firmar como probadora del equipo Marussia) parece estar estable, dentro de la gravedad, en un hospital cercano al aeródromo del Museo de la Guerra, de Duxford, una localidad inglesa donde el equipo estaba probando las nuevas piezas aerodinámicas que utilizará este fin de semana en el trazado de Silverstone.

Todo es muy extraño. Todo es muy misterioso. Incluso los dos partes médicos que ofreció el equipo durante las horas que siguieron al choque del monoplaza que pilotaba María contra la parte trasera del camión de la escudería que había transportado el material al aeródromo fueron poco clarificadores de cómo estaba la madrileña. Sí, fuera de peligro, jamás perdió el conocimiento, pudo hablar con los suyos e, incluso, recibir el tuit de ánimos de Fernando Alonso. Pero nadie explicó ni cómo se produjo el accidente ni cómo se encontraba la probadora.

No pudo correr en Valencia

De ahí que se produjesen todo tipo de especulaciones, sin olvidar que María estaba en el proceso (duro, largo, difícil) de obtener la superlicencia que le permitirá algún día participar en un GP. Ese fue uno de los motivos por los que De Villota no pudo reemplazar, en Valencia, a Timo Block, indispuesto por una seria gastroenteritis. Los responsables de Marussia ni siquiera se plantearon subir a María en el monoplaza.

Y es que María, que desde que empezó la temporada asiste a todas las reuniones que se producen en el camión del equipo, junto a los pilotos e ingenieros, había memorizado el montón de folios que le habían dado para que conociese el manejo del F-1 y el complicado y sofisticado volante, repleto de botones, ruedecitas y palancas. Era la primera vez que María se subía a ese F-1 y, tal vez, tocó algún dispositivo que, de pronto, aceleró el coche, que acabó estrellándose en la parte trasera del camión, dañando el habitáculo del Marussia y, de rebote, su cabeza.

De Villota, que empezó a competir en kárting más tarde que los demás compañeros de generación o que cualquier otro piloto, pues lo hizo a los 16 años cumplidos, ha pasado por la F-3, la GP, la Copa Ferrari y, finalmente, corrió en la Superleague con el Atlético conduciendo un potente monoplaza de 800 caballos. Su intención era unir su nombre al de María Teresa De Filippis, Giovanni Amati o Danika Patrick, la norteamericana que estuvo a punto de debutar hace cuatro años en la F-1. La ilusión también de Bernie Ecclestone, que cuando en aquella ocasión le preguntaron si le hacía gracias que una mujer pilotase un F-1, después del «sí», añadió: «Y si es negra y judía, mucho mejor».