Bromeaban ayer con Oscar Freire y le recomendaban que se colocara un pequeño neumático para proteger sus glúteos del impacto con el sillín. Sabía el ciclista cántabro, tres veces campeón del mundo, que en cuanto sintiese la proximidad de la meta de Canterbury se acaloraría, se olvidaría del dolor que le provoca el forúnculo y se centraría en pelear por la victoria. Culo de mal asiento, alma de campeón y sed de victoria.

Robbie McEwen, australiano, pequeño pero matón, no llevaba una buena temporada. El, que está tan acostumbrado a la victoria, mantenía su casillero en blanco. En mayo se fue al Giro. Nada de nada. Por si fuera poco, ayer en la despedida del Tour de Inglaterra, se cayó a 22 kilómetros de la meta. Adiós. Otro día para olvidar. Pero apretó los dientes, aprovechó el trabajo de sus compañeros del conjunto belga Predictor y enlazó. Tanta rabia tenía que apareció como si fuera una exhalación. Surgió del fondo del pelotón cuando Freire buscaba una apertura por el lado derecho. Remontó con furia y se anotó su duodécima victoria en la ronda francesa, un récord interesante y reservado solo a las grandes figuras del ciclismo.

VETERANIA Quizá el nombre de McEwen no resulte demasiado popular para los profanos. Sin embargo, el ciclista australiano lleva una década destacando y sobreviviendo en la batalla del esprint. A los 34 años ha logrado mantenerse fresco y sereno mientras otros rivales coetáneos, como Mario Cipollini, apostaban por la retirada.

McEwen sigue dando guerra y derrotando en la mayoría de las ocasiones a Tom Boonen, el gran ídolo de los seguidores belgas, el ciclista que hoy pondrá todo su espíritu para conseguir la victoria en Gante, en territorio de Flandes, en la segunda incursión del Tour por el extranjero. "Ocurrió que McEwen vino fuerte desde atrás y nos fue imposible contrarrestarlo". Freire, séptimo, dejó para hoy la cita con la victoria. La decoración del Tour difícilmente variará hasta el sábado cuando aparezca la montaña, en los Alpes.