Qué miedo.

Disculpen la sinceridad, pero cuando vi a tantos chinos uniformados y actuando de forma sincronizada, tocando o haciendo ver que tocaban un tambor tradicional chino, me asusté. Sobre todo, cuando después de esos miles de tambores aparecieron unos militares con sus botas de caña alta portando la insignia nacional.

Ayer, la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín demostró que, cuando los chinos quieren, saben convertir la tecnología en belleza plástica, que es lo que casi nunca consiguen los de Hollywood con sus efectos especiales. Belleza plástica y no poesía, porque la poesía es otra cosa. Espectacular la aparición del enorme pergamino, que nos recordó que los chinos inventaron el papel. Y espectacular, también, pero inquietante, también, la presencia de los 3.000 discípulos de Confuncio vestidos con sus hermosos trajes tradicionales y tocados con un sombrero acabado en plumero. O los 800 sufridos muchachos que manejaban lo que fue un homenaje a la imprenta, que también tiene su origen en aquel país.

Siempre Confucio

Lo de Confucio tiene solo un problema. El filósofo ha sido y sigue siendo tan explotado por los modernos vendedores de falso espiritualismo, que citarlo provoca la risa. Mayormente cuando los compañeros de TVE leyeron una de sus sentencias: "Qué felices nos hacen los amigos que llegan de lejos".

Gran instante azul y amarillo. Remos, rutas. El número dedicado a la seda, a la legendaria ruta de la seda, a todo aquello que nos contó o se inventó Marco Polo, no asustaba. También se realizó con un considerable número de figurantes, pero no asustaba. Y siguió la brújula, que también fue cosa china, y la ópera, que es algo que nunca acaba. Y, ay, aparecieron un pianista y una niña, inmaculados como su piano, que a mí me recordaron a cierto rubio que aparentaba tocar el piano y a la señora del actual alcalde de Zaragoza. Lo del piano, una pena, nos devolvió a la realidad, que podemos comprobar diariamente en muchos de nuestros restaurantes chinos; chinos o falsos japoneses también regentados por chinos. Belleza, armonía y equilibrio. Así definieron en TVE el momento de la famosa paloma de la paz, que solo se salvó cuando apareció la niña vestida de rojo, que simbolizaba la cometa. Otro invento chino.

El gato chino de plástico amarillo, el gato de la buena suerte, el gato que tengo junto a mi televisor, ese gato que continuamente está moviendo su pata izquierda, se aceleró un poco cuando aparecieron en la pantalla aquellas muchachas vestidas de blanco, que a través de los lentos y armónicos movimientos del taichi, pretendían recordarnos que el ser humano ha de vivir en armonía con la naturaleza. Un sarcasmo. Ni siquiera en Pekín es lo mismo una ceremonia olímpica que la realidad, por ejemplo, la gran contaminación que sufre esa capital.

Una ceremonia, cualquier ceremonia, debe ser, sobre todo, emoción y ayer yo solo acerté a ver trabajo perfectamente hecho. Claro que, con tantos Juegos Olímpicos y ceremonias de inauguración, cada vez es más difícil que nos emocionemos.

El anuncio de Lancia

Todo, pues, muy bien, pero faltó emoción. O eso me pareció a mí. La perfección asombra, pero no emociona. Para mí, lo único emocionante fue la mirada del niño de nueve años, Lin Hao, que desfiló junto al abanderado chino Yao Ming. Ese niño salvó la vida a dos de sus compañeros de escuela, cuando su pueblo, Yingxiu, fue víctima de un seísmo. Y, desde luego, fue una pena, que en una ceremonia concebida para la televisión, el que encendió el pebetero olímpico, iba sujeto, claro, con un cable. Toda una pena.

Gran espot, gran anuncio chino el de ayer en Pekín, solo comparable a la mitificación que se sigue haciendo en occidente del Tibet, otro gran anuncio. Porque la realidad, pura y dura, es que, en occidente, el mito de Tibet como centro espiritual se debe a James Hilton, que, en 1933, escribió su novela Horizontes perdidos. O sea, que de aquella novela vinieron estas ignorancias nuestras, que ayer supo aprovechar Lancia. Entre pólvora y atleta, Lancia nos colocó un espot protagonizado por Richard Gere y ambientado en el Tibet.