Si aquellos técnicos mineros ingleses llegados hasta Andalucía (Río Tinto), importadores del fútbol en nuestro país, hubiesen imaginado que éste se convertiría en otra peligrosa mina, y que en la vecina Extremadura, 130 años después, un presidente, en palco ajeno y sin jugar su equipo, atentaría contra todo lo que se moviese, es muy posible que no hubiesen echado la pelotita a rodar. Pocos de aquellos futbolistas que cantando bajaban a la mina, pensarían entonces que aquel pasatiempo, hoy juego-deporte-espectáculo-negocio, se convertiría décadas después en tan explosivo polvorín.

Y es que éste se ha vuelto, quizás, tan llamativo, que hasta él se acercan todo tipo de especímenes, incluso algunos cuya cosa más redonda vista es una pastilla de chocolate.

Ya lo dijo Cruyff, afirmando que a cierto presidente eterno rival, se le acabó el mandato cuando empezó a tomar decisiones futbolísticas, que no presidenciales. Apuestan tanto en un sector, muchas veces para ellos casi desconocido, que tal desconocimiento para manejar situaciones, justas o injustas, les produce nerviosismo, convirtiéndose en violencia. Como dijera el dirigente Villar, se estira tanto la cuerda que acaba rompiéndose. Como declarase el consejero deportivo autonómico, se hace necesaria la cordura.

Violentos los hay en la calle, en la grada, incluso en el césped, pero también en los palcos, sin duda, es demasiado haber. Si un dirigente de entidad deportiva pierde las formas, difícilmente puede pedirle a su delantero que sea correcto ante un gol de dudosa invalidez, cuya incorrección conlleva sanción deportiva y económica para el club que dirige. Tanto árbitro, como jugador como directivo son humanos, desde luego, pero como dice el dicho, "la mujer del César no solo tiene que no serlo, sino no parecerlo".

No tengo nada en contra de los dirigentes. Sí la tengo en contra de la violencia en el deporte, y de los violentos en la dirección del mismo, pues hechos como los ocurridos, quedan a éste en general, y a sus dirigentes en particular, a la altura del betún. No pretendo echar más leña a este fuego, pero sí aclarar que todos no valemos para todo, algo tan simple y que en el mundo futbolero parece claro no estar tan claro. Pero sí cumplir con la obligación moral y profesional en defender el sector. Defensa para contribuir a la expulsión implacable de quienes hasta éste se acercan y, aún con la presunta razón, no muestran la caballerosidad necesaria a la hora de reivindicarla, amén de incumplir las normas cívicas y deportivas. Defensa en calidad de extremeño, pues acciones de este calibre, no solo dejan a los ejecutores y sus clubes representados en mal lugar, sino también al ya de por sí maltrecho fútbol autonómico.

Son muchos los que en este país, lamentablemente, llevan seguridad privada en sus tareas diarias. Incluso en el deporte de élite. Si ésta también se hace necesaria en el modesto, mejor apagar e irse.

El fútbol en Inglaterra (país inventor de este invento) es respeto, que declarase el modélico Cesc Fábregas. Algunos deberían estar allí, aunque solo fuese para que no estuviesen aquí.