Es un rincón privilegiado, un espacio verde y vanguardista en medio de una gigantesca megalópolis de 12 millones de habitantes, con espectaculares e inéditas vistas del centro urbano moscovita. El recién inaugurado parque Zaryadye, a tiro de piedra de la plaza Roja y la catedral de san Basilio, a buen seguro se convertirá, el próximo mes de julio, en uno de los espacios preferidos para el esparcimiento de las hinchadas.

Todo en Zaryadye está ideado para impresionar: sus dimensiones, con 75.000 metros cuadrados, incluyendo una sala de conciertos multiuso de 25.000 metros cuadrados; sus originales jardines, que buscan emular los cuatro ecosistemas presentes en la vasta geografía rusa: el bosque, la estepa, la tundra y la llanura inundable.

La filosofía que exuda este milagroso oasis en pleno centro urbano estuvo muy presente en la mente de la delegación rusa allá por el 2010, cuando el comité ejecutivo de la FIFA le otorgó la organización de Copa del Mundo de fútbol del próximo año. Tras la designación de Sochi como sede de los Juegos de Invierno del 2014, la puja por el campeonato no era más que un nuevo eslabón en la campaña del Kremlin para proyectar al mundo una nueva imagen, basada en la confianza, el optimismo, la renovación y un recuperado poderío global con el que purgar la humillación y el caos provocado por el derrumbre de la URSS en los 90.

Mucho ha llovido desde aquella votación secreta en Zúrich hace siete años, y las enconadas polémicas políticas en las que se ha visto envuelto el país organizador en todo este periodo pesarán como una losa en la mente de dirigentes, jugadores, hinchadas y observadores cuando el balón empiece a rodar este verano en el renovado estadio Luzhniki.

Hasta tal punto parece el país haber perdido la ilusión en su Mundial que el sentir general entre la élite rusa se resume en la frase ‘terminemos de una vez con esto’, según declaró al Financial Times Sven Daniel Wolf, experto en política deportiva de Rusia en la universidad de Lausana.

Las connotaciones políticas de este mundial superarán lo vivido en 1978, cuando Argentina, un país gobernado entonces por una cruel dictadura militar responsable de la desaparición de miles de detenidos políticos, acogió el evento, lo que impidirá esa ansiada rehabilitación mundial a la que aspiraba Rusia.