Una de las sentencias más extendidas sobre el fútbol es la que dice que la gente «solo se acuerda del que gana», pero no es verdad.Johan Cruyff lo demuestra porque, además de un fantástico ganador, también es el derrotado más inolvidable de la historia. No es nada casual que muchos diarios de todo el planeta hayan escogido para sus portadas una foto suya con la camiseta naranja de Holanda en el Mundial de 1974. Holanda perdió aquel torneo en el marcador ante Alemania, pero ganó por goleada en la memoria de los aficionados al fútbol. Pasarán cien años y se seguirá hablando de aquel equipo, aún no han pasado diez y pocos podrían recitar media alineación de la Italia que ganó el Mundial del 2006, por ejemplo.

Los titulares de los diarios han hablado de él estos días como «inventor del fútbol moderno», «el holandés que inició la última revolución del balón», «el hombre que cambió el fútbol», «el creador del fútbol total», «él era el juego», «el hombre que pensaba con los pies» (es un elogio) y, en un símil que encierra el verdadero aspecto de agitador que encarnaba Cruyff, el diario italiano 'Tuttosport' lo despidió así: «Gracias, Johan, eras como los Beatles».

Cruyff no es que inventara la rueda, sino que él fue la rueda. Como alguien ha recordado estos días en las redes sociales, saturadas por una catarata de datos, frases, vídeos y anécdotas de todo tipo en torno al mito, sin Cruyff no habría habido 'dream team', ni apuesta por La Masia, ni Laporta, ni Rijkaard, ni Guardiola, y tampoco habría habido Luis Enrique. Deja ricos herederos por todas partes, además de una vida plena de pequeñas historias que puntean su personalidad.

¿CRUYFF? ¿CRUIJFF?

Aquí hay material de debate empezando por su propio apellido, que arrastra una cierta confusión desde el mismo momento en que debutó en el Ajax. Al día siguiente, su nombre salió escrito hasta de cuatro maneras diferentes en otros tantos periódicos: Cruyff, Cruijff, Kruyff y Kruijff. En el pasaporte de su madre ponía Cruijff, pero en el de su padre, Cruyff. En el registro civil de Amsterdam consta que el 25 de abril de 1947 nació Hendrik Johannes Cruijff. Sin embargo, el propio Johan optó por utilizar la grafía Cruyff. Quizá por motivos comerciales, quizá por motivos prácticos (la y a secas le sonaba menos brusca que la ij), o por ambos.

LA CAMISETA DEL MUNDIAL

Otro sello que le ha acompañado siempre es el número 14, su símbolo. Cruyff sufrió una lesión a principios de la temporada 1969-70, cuando jugaba en el Ajax. Hasta entonces, siempre había lucido el 9 (el que llevaría luego en el Barça), que en su ausencia pasó a la espalda de Gerrie Mühren (que luego jugó en el Betis). Ya recuperado, prefirió no volver a usar ese dorsal y el día que volvió al equipo, en un partido contra el PSV, adoptó el 14 que jamás abandonaría en el Ajax ni en la selección holandesa.

La elección del 14 es posible que obedeciese también a una superstición, o a cabezonería, de la que no iba escaso, como muestra otro episodio. Las fotos del Mundial de 1974 permiten ver una diferencia curiosa entre la camiseta de Cruyff y las de sus compañeros. La suya solo llevaba dos bandas en los costados, frente a las tres clásicas de Adidas. Cruyff era un hombre de Pumaen aquella época, pero Holanda vestía Adidas, y como no hubo manera de llegar a un acuerdo, Johan se hizo fabricar especialmente una equipación con solo dos bandas.

EL BAUTIZO DE JORDI

Era muy difícil que Johan no se saliera con la suya, y también hubo señalesde ello en el bautizo de su hijo Jordi. España aún sufría el franquismo (febrero de 1974) y no estaba permitido inscribir a un recién nacido con un nombre catalán. Tenía que ser Jorge, pero el bebé había sido inscrito también en el consulado holandés comoJohan Jordi y, como el niño tenía la doble nacionalidad, el registro tuvo que tragar con Jordi. «Si escribes algo y yo lo tengo que firmar -le dijo al funcionario-, entonces lo escribes como yo quiero».

EL RONDO Y EL ENTORNO

En esas cuestiones seguramente un hombre como Johan Cruyff, sagaz, intuitivo y audaz, era muy mal enemigo. Pero donde se desempeñaba en su plena dimensión era en el planeta fútbol y sus satélites. Una pequeña superficie de césped donde sentarse sobre un balón era su «despacho», y su capacidad de síntesis queda para la eternidad en conceptos como «entorno» (imposible definir con más puntería el complejo cosmos del Barça) y «rondo», ejercicio técnico inmejorable y suerte suprema del cruyffismo que hoy se llama así en varios idiomas (en el Bayern, sin ir más lejos). Por no hablar de sus construcciones mentales ante los problemas tácticos. «¿No tenemos jugadores altos para defender los córners? Pues no provoquemos córners». Será mucho menos obvio de lo que suena si alguien como Guardiola dice hoy: «Cuando dudo sobre algo, me pregunto qué haría él».

BALÓN PERDIDO DE LAUDRUP

Los vestuarios y lo que en ellos se cuece, lógicamente, constituían otro hábitat óptimo. Allí impartía su doctrina, observaba quién era fuerte y quién flaqueaba, y apretaba a las 'vacas sagradas', como llamaba a sus mejores jugadores en otro ejemplo de economía de lenguaje. Cuando entrenaba al 'dream team', una tarde lanzó un reproche a Michael Laudrup en el descanso de un partido. «Pero míster -se atrevió a replicarle el danés-, ¡si solo he perdido un balón!». «Pero era el más importante», le soltó Cruyff, en una de sus réplicas inapelables. Laudrup era uno de los que se referían a él como «Dios», porque todo lo controlaba, nada se le escapaba. Sin embargo, Johan no era creyente. «En España -declaró en una ocasión- los 22 jugadores se santiguan antes de salir al campo. Si eso diera resultado, los partidos siempre acabarían en empate».

LAS APUESTAS

Sus jugadores tenían en él una fe casi ciega. Lo ha recordado estos días Pep Guardiola el primero, y también Hristo Stoichkov, roto en lágrimas en directo en la Cadena SER. Hace un par de años, en una entrevista en la revista 'Jotdown', el búlgaro explicaba que en los entrenamientos se apostaba dinero con Cruyff, a ver quién chutaba más veces a los postes. Hasta que un día, en un partido en Tenerife, el técnico holandés le dijo que si marcaba un gol, le daría 100.000 pesetas, y si no lo marcaba, se las tendría que dar él. Trato hecho, aceptó Hristo. En el descanso, 0-2 para el Barça, goles de Laudrup y Goikoetxea. Cruyff sustituye a Stoichkov, que se queja con vehemencia. «Págame las 100.000 pesetas», zanjó el míster.

Es célebre también otra apuesta con Romário, que quería marcharse de viaje al carnaval de Río después de un partido. «Si marcas dos goles -lo desafió Cruyff-, te puedes marchar». El brasileño cumplió su parte y marcó dos goles. «Le tuve que dejar ir», admitió el Flaco.

EL REGATE A JAN OLSSON

«Le tuve que dejar ir» es una frase que también firmaría Jan Olsson. Habrán visto estos días de duelo y recuerdos un pequeño vídeo, apenas son unos segundos, en el que un Cruyff en su plenitud hace un regate sublime a un pobre defensa sueco. Es un partido del Mundial de 1974, un Holanda-Suecia jugado en Dortmund que acabó 0-0. Cruyff se pasa la pelota por detrás de la pierna izquierda con un suave toque con el pie derecho y, con el camino expedito, lanza el centro. La cuestión es que todo eso ocurre en fracciones de segundo. Olsson fue la víctima, hoy tiene 74 años y ha escrito una carta al diario 'The Times' en homenaje a Cruyff en la que escribe: «Él me dio el momento del que me siento más orgulloso de toda mi carrera, mi momento de historia. Le dio a la gente una razón, pasados tantos años, de recordar mi nombre. He visto ese partido incontables veces y aún me río. No tuve ninguna oportunidad de llegar al balón. Él era el mejor del mundo, tan rápido, tan listo... ¿cómo se supone que debería pararle? Era incluso demasiado rápido para darle una patada».

LOS REFLEJOS EN WEMBLEY

Como jugador, siempre destacó por su velocidad. Física y mental. El cambio de ritmo y la visión previa de lo que iba a pasar. En Wembley, en aquel embriagador minuto 111 en el que Koeman acababa de marcar, mientras todos se dejaban llevar por la euforia de estar acariciando la primera Copa de Europa del Barça, él corrió a anular una sustitución que estaba a punto de producirse. Devolvió a Nadal al banquillo y puso a Alexanko a jugar, a defender aquel gol tan valioso. La sabiduría también estaba en esos detalles.

HUMO EN WASHINGTON

Una de sus etapas más extrañas transcurrió en Estados Unidos. Jugó unos meses en Los Angeles Aztecs y en los Washington Diplomats y quiso exportar su sabiduría, pero en el fondo era un cuerpo extraño en un mundo raro. En Washington chocó desde el principio con el entrenador, Gordon Bradley, un inglés a la antigua. Es decir: corran, lancen pelotazos a los delanteros y ganen como sea. Quizá no haya mejor manera de definir el anticruyffismo. La colisión fue inevitable. «El entrenador es un idiota, los jugadores no saben lo que hacen y nadie me escucha», le contaba a John Feinstein, en aquel tiempo (verano de 1980) cronista de los Diplomats, citado por la revista 'Four-four-two'. Cruyff no podía con aquello y en una ocasión incluso borró la pizarra que había escrito Bradley en su charla e infundió sus propios conceptos tácticos a sus compañeros. En los entrenamientos, asombraba a los demás con lo que era capaz de hacer técnicamente.

David Bradford, un joven jugador, compartía con él la habitación en los hoteles. «A mí -ha declarado a la misma publicación- me gustaba tomar una copa de vino tranquilamente después de cenar y él se iba a la habitación. Cuando yo volvía, parecía que allí había un incendio. Fumaba sin cesar, incluso en los descansos, uno tras otro. Aun así, luego corría como un ciervo. Yo le decía: 'Joder, Johan, deja de fumar'. Y él me contestaba: 'No, está bien, David. Tú bebe, yo fumo'».