Nada de aquellos meses ilusionantes se pareció a lo que vendría después. Díaz pasó de idolatrado a ser repudiado por todos... menos por el presidente. Ninguna de sus revolucionarias y a veces disparatadas decisiones salió bien la campaña pasada. La plantilla --mucho menos lujosa que la anterior, con la confesada meta de promocionar algún traspaso-- se hundió poco a poco, los refuerzos invernales resultaron inservibles, Enrique se fue y el clima se enrareció brutalmente. Pocas veces un descenso estuvo tan cantado y Díaz salió, pese a tener un contrato multianual. Habían pasado casi cinco años y el Cacereño de Campo estaba prácticamente donde empezó, pese a la innegable mejoría estructural que se ha detectado.