Hay unos 17.000 kilómetros entre España y dos pequeños archipiélagos en pleno océano Pacífico, los de Samoa y Fiyi. Entre las numerosas historias de desarraigo que ha generado el coronavirus, seguramente se lleva la palma, aunque solo sea por este dato, la que protagonizan tres jugadores de rugby del Extremadura CAR Cáceres, el samoano Leo Tavita y los fiyianos Noa Bola y Adriano Talemaisuva.

Se quedaron atrapados en la ciudad cuando el mundo pareció derrumbarse en la primera quincena de marzo. Con la competición de División de Honor B prácticamente terminada, el club intentó adelantar sus larguísimos vuelos de regreso, pero las propias aerolíneas los fueron cancelando sin remisión. Así es que Tavita, Bola y Talemaisuva se vieron obligados a quedarse en España y en España siguen sin fecha de retorno todavía. Es complejo que de un día para otro puedan volver porque los desplazamientos que tienen que acometer dependen de dos o tres escalas: normalmente la primera en Oriente Medio (casi siempre vía Qatar) u la segunda en Australia o Nueva Zelanda. Y el planeta todavía tiene puestos muros invisibles, por mucho que la desescalada vaya avanzando en muchos lugares.

VARADOS / ¿Qué hacer? Es casi una obviedad que el CAR no podía dejar tirados a deportistas que habían defendido su camiseta con profesionalidad durante los meses anteriores. Recaudó dinero entre directiva y veteranos y primero los mantuvo en el piso que habían ocupado durante toda la temporada, situado en la calle Rodríguez Moñino, y también les está facilitando todo lo que han ido necesitando: luz, agua, comida y la preciada conexión a internet que les sirve como modo de contactar con sus familiares y amigos en Oceanía.

Precisamente, y con la ayuda de la entidad cacereña, este diario mantuvo hace unos días un encuentro virtual con los tres jugadores vía Messenger. En el rato de videoconferencia, muchas risas y un profundo agradecimiento por parte de ellos a la ayuda que están recibiendo.

«Ha sido complicado para nosotros. No esperábamos en ningún momento vernos en esta situación, pero la hemos llevado lo mejor que hemos podido», cuenta Talemaisuva, quizás el más dicharachero. «Todo sucedió muy de repente. Nuestros países están al otro lado del mundo y se hizo imposible poder regresar a ellos, aunque lo intentamos. Estamos echando mucho de menos a nuestra gente», lamenta.

Bola asume que «sabemos que es un problema de todo el mundo, que a prácticamente todas las personas les está afectando de una manera u otra».

Al menos se han encontrado en un país que consideran muy acogedor. «Nos encanta España. La gente es muy abierta y amigable. Hemos estado muy felices aquí durante todo este tiempo. Nos hemos sentido como en casa», añade.

Por su parte, Tavita se muestra resignado, pero sin perder el buen humor. «He intentado no aburrirme demasiado. He echado mucho de menos poder jugar al rugby», dice.

Vienen de un rugby de un nivel superior. Tanto en Samoa, de 196.000 habitantes, como en Fiyi, con 883.000, es un deporte de referencia. Ambos países estuvieron en la última Copa del Mundo, algo que no consiguió España. A los tres jugadores les ha agradado disputar la segunda categoría nacional y creen que pueden ayudar al equipo a lograr el ascenso. «Aunque haya ocurrido todo esto al final, nos gustaría seguir en el equipo», proclaman.

El paulatino desconfinamiento les ha dado la posibilidad de moverse un poco más, algo que deseaban fervientemente. Ahí también ha intervenido el CAR: «Nos han conseguido unas bicicletas y salimos cuando podemos».

Talemaisuva, Bola y Tavita se unen al dolor del club, que perdió a uno de sus históricos, Diego Rosado, debido a la pandemia: «Era una buena persona».

La perspectiva para los tres náufragos del rugby es, como mínimo, esperar un mes más y que la apertura de fronteras con el turismo conlleve mejores oportunidades con los vuelos. Hasta entonces toca mirar al horizonte, hacia dos países en los que no ha habido un solo fallecido por covid-19, con tranquilidad y una sonrisa.