La vida se divide en tres momentos: pasado, presente y futuro. De ellos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso y el pasado, cierto» o algo así. Leyendo esta frase, creo que Séneca era un poco del Cáceres Basket sin saberlo.

Sí, ya sé que empezar esta tribuna con idénticas palabras que usaba en este mismo medio hace exactamente seis meses no es el mejor modo de que vuelvan a invitarme a dejarme caer por aquí¸ pero… hay palabras que solo adquieren su verdadero significado con el paso del tiempo. O quizás somos nosotros, que necesitamos reposar ciertas cosas para comprenderlas.

Apenas han transcurrido tres meses desde la última cita en el Multisueños. Quién nos hubiera dicho entonces que lo sería. Que lo estaba siendo. Quizás, entonces, hubiéramos disfrutado del triunfo ante Ourense como solo disfrutamos de las cosas que sabemos que, en cualquier momento, pueden acabarse, algo, por cierto, que la vida se ha encargado de recordarnos en estos últimos meses.

Ahora, lo queramos o no, las noches de vino y rosas del Cáceres Basket ya evocan a ese pasado cierto del que hablaba Séneca. Un pasado, no obstante, que aún debemos digerir para valorar. Un pasado que, cuando ocupa nuestros pensamientos, aún deja un pequeño regusto agridulce.

Como presente fue breve, brevísimo, quizás demasiado breve para un equipo y una ciudad que se había despojado de complejos y recuerdos de días difíciles para dejar paso a una renovada ilusión que empezaba a calarnos hasta los huesos.

Asumir que ese breve presente empieza a tomar cáliz de pasado no es algo que ninguno de nosotros habría deseado hacer en pleno mes de mayo. Despedir una temporada alejados de las canchas y sin el sonido de la bola sobre el parqué retumbando en nuestros oídos dista mucho de lo que todos deseábamos. Independientemente de dónde hubiese estado el techo del equipo, creo que todos nosotros hubiésemos deseado despedirnos con un aplauso eterno de esos que te dejan las manos rojas para los próximos tres días. Ay, otra vez el inevitable regusto agridulce…

Haciendo de tripas corazón, lo que es innegable es que ya nadie puede quitarnos lo bailao’. Nadie puede arrebatarnos los 14 triunfos. Nadie puede quitarnos la enésima lección de capitanía de Parex, los clínics de talento de Rako, los alardes de fundamento de Úriz.

Nadie puede quitarnos el pundonor y el trabajo con el que Bilbao nos hacía levantarnos de nuestros asientos, los sacrificios defensivos de Zubi y Ventura, la garra de Kuiper y Arkeem, la valentía de Berg. La muñeca de Nikolic. La frescura de Paco del Águila. Las ganas de hacer algo grande de Berni.

Nadie puede quitarnos, querido Roberto, lo que hemos disfrutado y sufrido contigo después de cada partido, contagiándonos de unas emociones que no solo nunca has ocultado, sino que siempre tú y todo tu equipo nos habéis transmitido. Nadie puede quitarnos que el Cáceres Basket, nuestro Cáceres Basket, haya vuelto a hacernos sonreír.

El futuro -el de Séneca y, por desgracia, el de millones de personas que sufren en sus carnes la tesitura de tener que enfrentarse a un panorama en muchos casos desolador- es quizás más dudoso que nunca.

Y, llegados a este punto, solo tenemos una opción. Es momento de meter en la mochila toda la ilusión que hemos cosechado en los últimos meses y embarcarnos en un viaje que nos necesitará remando a todos en la misma dirección.

Es momento de poner en práctica lo ya aprendido y, como dijo en estas páginas hace unos días mi querido Manu Corraliza, elegir la solidaridad.