Para odiar es necesario amar. Y antes lo hacía, adoraba el periodo navideño con su típico, y ahora utópico, sabor a libertad. En la niñez y la adolescencia los días y las noches se abrazan sin más compromiso que disfrutar. Con el paso del tiempo todo cambia. No es que sea peor, pero es diferente. Ese espíritu mágico se queda en la cárcel del olvido y madurar, que es algo necesario, se convierte en un trago amargo, cual vino de pitarra.

No obstante, en esa época no era consciente de lo que verdaderamente supone la Navidad. El fútbol para y la Tierra no gira. El corazón del aficionado al balompié se parte en mil pedazos en estas fechas. Ya no rueda el esférico en el Francisco de la Hera, ni huele a panceta recién hecha en el Francisco de Zurbarán. Da igual la categoría, el dinero y el prestigio. En este caso la ilusión por volver a sentir este deporte se iguala cual mendigo o millonario en pascuas.

No sé qué me hace más ilusión, si tomarme unas copas con mis amigos o que llegue ya el partido de Copa del Rey del Cacereño. Esta locura también ha llegado a mi pesebre, en el que he alineado a los Reyes Magos como ese tridente que realiza a la perfección los triángulos de presión de Diego Merino. Si hasta los villancicos me suenan a cánticos en el Nuevo Vivero o en el Vicente Sanz.

Sé que teníamos que darnos un tiempo, pero se me está haciendo demasiado largo. Ver las campanadas no es lo mismo que ver al Trujillo dar la campanada. No obstante, el destino ha querido que el fútbol sonría con ironía y sarcasmo a ese periodo tan odiado por los aficionados y que la gente normal celebra en estas fechas. El fútbol llegará antes que los Reyes Magos, quizás porque sea el mejor regalo que puedan hacernos.

Y este fin de semana desenvolveré cada partido como si fuese un niño desnudando sus presentes el 6 de enero. Y parándome a pensar y por evitar también ser ‘El Grinch’ extremeño, el problema quizás no sea de la Navidad, sino mío. Quizás no odio tanto como parece a la Navidad, quizás es que amo con demasiada fuerza a esta bendita fiesta que dominicalmente celebramos con la misma pasión.