El éxito del fútbol español en la Eurocopa ha llenado un vacío que se arrastraba desde hace 44 años y que dejaba en mal lugar al que pasa por ser el deporte nacional frente a otros que, con menos consideración, habían alcanzado la cima. La selección ya tiene un título en color que refuerza el salto de calidad de un país que tiene campeones del mundo en disciplinas que, hasta hace cuatro días, le estaban vetadas y eran el coto privado de las grandes potencias. El fútbol se ha unido a esta especie de edad de oro de una España más plural y que cada vez más entiende el deporte como algo que está por encima de los simbolismos.

Mientras un chico de Manacor de 22 años le discute el número uno al mejor tenista de la historia, con nada menos que cuatro Roland Garros a sus espaldas, o un gigante de Sant Boi es capaz de pelear por el anillo de la NBA bajo la mítica camiseta de los Lakers, o un asturiano irrumpe en el exclusivo circo de la fórmula 1 y conquista dos Mundiales consecutivos, o balas como Dani Pedrosa, Jorge Lorenzo y Bautista van por la vida como una moto, o ciclistas como Contador perduran la legendaria figura de Induráin, un sinfín de generaciones de futbolistas se han perdido en el intento de romper una larga maldición, estrelladas casi siempre en la frontera de los cuartos de final.

Marcado por un estigma derrotista, la selección de fútbol ha visto pasar por delante los éxitos de otros deportes. Rodeados de campeones del mundo o de Europa, o incluso de ambas cosas a nivel colectivo (baloncesto, balonmano, waterpolo, fútbol sala, hockey sobre patines, hockey sobre hierba, voleibol) y de esos números uno, la España futbolística ofrecía una historia huérfana, anclada en el gol de Marcelino y el título en blanco y negro del 64, y la imagen de aquel balón escapándose bajo el cuerpo de Arkonada en el 84.

UN PARAMO Hace 44 años, España era un desierto deportivo solo roto por la aparición de alguna figura excepcional como la de Manolo Santana o Federico Martín Bahamontes. Sin medallas en los Juegos, el fútbol lo era todo, pero detrás de Marcelino no apareció nadie. Ni siquiera el Madrid, que salvo una aparición para ganar la sexta Copa de Europa (65-66) desapareció del mapa continental. Tardó 32 años en lograr la séptima. En el 84, el panorama había mejorado. Pero no demasiado. Cinco medallas en los boicoteados JJOO de Los Angeles, Angel Nieto, Seve Ballesteros y poco más.

En medio del páramo que separa el subcampeonato de Francia y este título, solo una cita para recordar: el oro de Barcelona 92. Y algo de ese espíritu destila este equipo que durante la Eurocopa ha estado más cerca de un grupo olímpico que de una típica selección. Sin apenas tics de estrellas --solo Sergio Ramos se ha negado a conceder entrevistas-- y liberados de la alteración que hubiera significado la presencia de Raúl, que un sector de la prensa de Madrid intentó forzar hasta el último momento en medio de duras críticas a Luis Aragonés y que ha enterrado como si tal cosa, el grupo se ha unido hacia adentro sin cerrarse hacia fuera.

Este equipo se ha comportado con naturalidad, siguiendo el camino de la selección de baloncesto cuando hace menos de dos años logró el título mundial en Japón.

Nadie está por encima de nadie, más allá del liderazgo que ejercen veteranos como Iker Casillas, Carles Puyol y Xavi Hernández , los tres capitanes, que nada tiene que ver con el de otras épocas. Xavi, elegido como mejor jugador de la Eurocopa, es el símbolo de un estilo de juego que ha provocado una unánime admiración y múltiples halagos.

La seducción que han vivido muchos de los que guardaban distancias con la selección ha llegado por el talento, sin rastro ni de furia ni de mensajes patrioteros. El mismo camino que siguen Rafa Nadal, Pau Gasol, Dani Pedrosa, Alberto Contador y los campeones más anónimos de otros deportes.