París, el inconfundible olor de los Campos Elíseos, el maravilloso color amarillo y el mejor podio ciclista del mundo. Todo reunido para formar un escenario extraordinario alrededor de Alberto Contador. Con errores, pues no podía ser de otra manera, como que sonara el himno danés en vez del español. Nada en este Tour --el segundo que gana con solo 26 años, su cuarta ronda grande, a una edad en la que todavía ni Miguel Induráin ni Lance Armstrong habían comenzado a reinar en la ronda francesa-- ha sido fácil para el ciclista español. Nada, ni siquiera la foto histórica que se hizo en el cajón parisino con el tejano a su izquierda, pero con la música de un país extraño.

Porque así se ha sentido el corredor madrileño durante este Tour, el cuarto consecutivo que consigue el ciclismo español. Se ha sentido extraño en su propia casa, como si no lo quisieran, como si desearan boicotear su victoria, criticado en todo momento y hasta olvidado, como cuando lo dejaron tirado, el pasado jueves, sin coche para poder desplazarse a la contrarreloj de Annecy, que por cierto ganó. Dijo el sábado Johan Bruyneel, el mánager del conjunto Astana, que había sabido controlar el desorden interno en su equipo. Se vio ayer en el podio de París. Cuando el equipo Astana subió al cajón como mejor escuadra de la ronda francesa, ¿quién se colocó en el centro del grupo? ¿A quién le hizo un guiño el técnico belga? Muchos dirán que al más grande, que sin duda lo es; al más inteligente, que nadie lo cuestiona, y a un Armstrong que merece un monumento por llegar tercero a París, después de tres años de retiro, pero que se ha portado de forma mezquina e innoble con el jersey amarillo.

Contador volverá el año que viene para ganar el tercer Tour, la misma cifra de victorias que tiene otro estadounidense, Greg Lemond, con el norte un poco descentrado por buscar dudas donde no tiene que haberlas. Y lo hará con un equipo distinto a un Astana que pudo ser el dream team de la ronda francesa en vez de la casa de locos, sin un patrón que pusiera orden, y que ha ido consumiendo el Tour con la sensación de que se estaba tratando de agotar psicológicamente al jersey amarillo, como si de una trama estudiada se tratara. Contador se ha mordido la lengua, pero es espantoso que el líder del Tour, el nuevo rey del ciclismo mundial, el dominador de la nueva época, afirmara nada más recoger el maillot amarillo definitivo, que no había tenido ninguna crisis en la carretera, sino fuera de ella. "Los momentosmás difíciles han estado en el hotel", dijo ayer en París.

EL PASO POR ESPAÑA El Tour que pasó por España, por Gerona y Barcelona antes de enfilar los Pirineos, y en el que no hubo ningún escándalo de dopaje --aquí siempre hay que cruzar los dedos-- se recordará también como el del culebrón del Astana, todos con Armstrong y solo Sergio Paulinho, el ciclista portugués amigo, al lado de Contador. Se recordará que el pinteño ganó corriendo en terreno adverso, como si fuera un jugador de fútbol que busca el gol de su vida en campo visitante con la grada enfurecida contra él. Porque nada tuvo a favor y menos aún un recorrido que resultó ser descafeinado en montaña y peleado con el espectáculo. La organización se equivocó, eso no lo duda nadie.

Tan en contra lo tuvo todo que al final certificó más su victoria en el noble arte de la contrarreloj --aquí sería injusto negar la aportación de sus compañeros en la crono por equipos de Montpellier-- que en ataques imposibles en la montaña. No hubo terreno en los Pirineos, con el delito de colocar el Tourmalet a años luz de la meta, el ascenso de Verbier era insuficiente para sentenciar y el Mont Ventoux se programó demasiado cerca de París.

Volverá dentro de un año. Y lo hará a su manera, sin duda, la mejor para triunfar. "El año que viene regresaré con un equipo que solo piense en mí", palabra de Contador.