Llega a una pequeña sala de la ciudad deportiva del Barça y toma asiento en un viejo y gastado sofá. Se sienta José Paulo Bezerra Maciel Junior como si estuviera en su casa, sin mirar una sola vez el reloj. Tampoco el móvil, concentrado como está en rememorar con orgullo, y un punto de tristeza, su largo viaje hacia el Camp Nou. Un viaje lleno de «muchas dificultades, porque mi vida ha sido una montaña rusa». Pero aquel anónimo niño nacido hace 29 años en Sao Paulo (25 de julio de 1988) juega hoy al lado de Messi y es el capitán del Brasil de Tite.

—¿Cómo empezó su carrera? A los 5 años. Jugaba a fútbol de salón, lo que aquí llaman fútbol sala, en un equipo de barrio hasta que me fui a la Portuguesa, también de fútbol sala. Me quedé allí hasta los 11 o 12 años, aunque ya iba alternando con campo grande. De tierra, claro. Luego, me marché al Pao de Açúcar, un club que ahora se llama Audax. Mis padres me acompañaron siempre. Creían en mí. Si tenían que trabajar más horas para que pudiera seguir jugando, lo hacían. El futuro era una incógnita. Jugaba a fútbol porque amaba el fútbol. No sabía lo qué sería de mí, pero me daba igual.

—Y le llaman para ir a Lituania. Así es. Fue en el 2006. Tenía 16 años. Estaba jugando en el Pao de Açúcar, era un junior. Jugaba de volante. Toda mi vida he sido un volante. A veces, un poco mas defensivo. Pero siempre con mucha vocación de irme arriba.

—¿Por qué se marchó? Era una gran oportunidad. Era uma criança, un niño. En aquel equipo de Vilnius había más brasileños. Ellos llevaban más tiempo, estaban más adaptados. Para mí, era todo nuevo. Una verdadera aventura. Aún así, siendo tan joven como era, entendía que me debía ir. Era una buena forma de ayudar económicamente a mis padres. No es que pasáramos hambre, nunca, porque mis padres siempre trabajaron mucho. Mi padre estuvo 30 años en la prefectura de Sao Paulo y quise, cuando ya era profesional, que se jubilara antes, pero no lo hizo porque amaba su trabajo. Mi madre era gerente de supermercados y también de colegios. Pero quería ayudarles porque había una diferencia muy grande entre lo que me daban en Brasil y lo que me ofrecían en Lituania.

JORDI COTRINA

—Demasiado joven a los 16, ¿no? Sí. Quería salir de mi país, quería jugar, quería probar cosas nuevas. Pero nunca me moví por el dinero. No lo he puesto nunca en el primer lugar, tampoco entonces, por muy joven que fuera. Al final, entre Lituania y Polonia, estuve tres años y medio fuera de casa. Llegué solo a Vilnius. Vivía con un jugador brasileño, pero no dejas de estar solo. Has dejado atrás a tu familia, a tus amigos, a todo lo que tenías en Sao Paulo… Fueron siete u ocho meses duros. Luego, vino mi novia y me acabé marchando para Polonia tras varios episodios de racismo.

—¿Qué pasó? Me iba adaptando a la rutina del equipo. Había hasta ocho brasileños en el equipo y la ciudad, Vilnius, tiene de todo. Todo iba bien, hasta que llegaron esos episodios de racismo. ¿Qué me decían? Lo habitual en estos casos, ya lo saben. Aquello me marcó para siempre. No solo me pasó a mí sino también a compañeros míos. Sufrí mucho con el racismo. Cuando me marché a Polonia me hice una promesa: ‘Si me pasa aquí algo similar, cojo y vuelvo inmediatamente a Brasil’. Es inaceptable que hoy en día sucedan estas cosas. Solo pido respeto para las personas. Nada más. Respeto para todos, como yo respeto a los demás.

JORDI COTRINA

—¿Cómo resistió? Tengo un espíritu, un carácter y, sobre todo, una dignidad... Tengo una personalidad muy fuerte. Por eso, cuando tomo una decisión difícilmente la cambio. Soy así. Yo nunca vuelvo atrás en mis convicciones, aunque, afortunadamente, no volví a sufrirlo más en Polonia. Allí me respetaron mucho, pero no olvidaré nunca esos episodios de Lituania.

—¿No tuvo la tentación de volver? Claro. A veces, me preguntaba: ‘¿Por qué estoy aquí? ¿Qué hago? Si yo no necesito esto...’ Estaba solo y me hice mayor de golpe. No tenía a mis padres, tampoco a mi hermano mayor, y piensas en regresar. Esta experiencia me hizo madurar mucho más deprisa. En Polonia los problemas fueron otros. El club no cumplió con lo prometido y entonces sí decidí volver. Esperé al final de mi contrato. Cualquier otro, al ver que no le pagaban, se habría ido a la mitad de temporada. Yo, no. Yo aguanté hasta el último día.

—Al final, regresó a Brasil. Volví, pero con una idea muy clara: ‘¡No vuelvo a jugar más a fútbol! ¡Nunca más!’ ¿Por qué? Viví situaciones en Polonia donde quedé desengañado de todo. Soy una persona que siempre quiso tener una vida tranquila y simple. En todo momento, he luchado por mis derechos. Yo cumplía en Polonia; ellos, no. Por eso al llegar a Brasil, no quería saber nada del fútbol. El Pao de Açucar, mi antiguo club, quería que volviera con ellos. Ni Polonia ni Pao de Açucar. Nada. Lo dejo y ya está. No tengo por qué pasar estas cosas, no lo necesito. Tengo unos padres maravillosos, he tenido de todo, no he pasado dificultades... O sea, no sigo.

—¿Y por qué acabó jugando? Porque tenía a mi hija recién nacida. La primera. A mi exmujer le decía lo mismo que a los demás: ¡No juego más a fútbol! Pero entonces ella replicó: ‘Vale, si no vas a jugar más, ¿qué vas a hacer? ¿qué sabes hacer? Si tú lo que sabes hacer bien es jugar a fútbol’. Mis padres también insistían. Todos insistían en que volviera a jugar. ¿Y yo? A lo mío. No juego. Hasta que mi exmujer me dijo: ‘Es una falta de respeto hacia tus padres por todo lo que han luchado por ti, por las veces que te han acompañado estos años... ¿Vas a olvidar lo que hicieron por ti desde que tenías cinco años?’

JORDI COTRINA

—¿Le convencieron? Sí. Debieron pasar unas dos semanas. Estaba en Sao Paulo sin salir, sin entrenar... No hacía nada. Me llamó el gerente del Pao de Açúcar para convencerme. ‘Vuelve, por favor. Lo pruebas y si no te sientes bien, lo dejas’, me decía. Y yo le respondía que no, que no quería jugar más a fútbol. Además, había una diferencia de dinero muy grande entre lo que cobraba en Polonia y lo que me podía ofrecer el Pao de Açúcar. Pero no era un problema de dinero. Al final, con mi hija recién nacida, con los consejos de mi madre y de mi exmujer, regresé. Solo les pedí una casa para vivir con mi mujer y mi hija. Yo no podía volver a vivir con mis padres, sino porque necesitaba formar un nuevo hogar y asumir mi responsabilidad como padre de familia. Me alquilaron un apartamento para nosotros.

—Y volvió. Sí, pero a la cuarta división de Brasil. Mi mentalidad fue mejorando y volví a disfrutar del fútbol. Subimos a Tercera y al año siguiente, a Segunda. Es curioso, pero nunca había jugado como profesional en Brasil. Mi base, más allá de mis primeros años como niño en la Portuguesa, y del 2004 al 2006 en el Pao de Açucar, fue en Vilnius. Allí desarrollé mi carrera en ese momento tan delicado de la formación. Aprendí tanto fuera como dentro del campo. Pasé por muchas cosas en esta vida, muchas que quizá otros jugadores no pasen nunca. Mi vida ha sido una montaña rusa. Fuera del campo. Dentro, no. Ahí siempre es lo mismo. Ahí es todo más fácil, ahí disfrutas, te diviertes, lo pasas bien.

JORDI COTRINA

—Del Pao de Açucar a la élite con el Bragantino y luego con el Corinthians. Siempre me pasó algo similar en todos los clubs. Mucha gente hablaba de mí, de mis condiciones, de mi juego, y descubres que la gente habla sin saber. Antes me resultaba muy difícil entender los comentarios de personas que me maltrataban sin saber de mí, de mi historia, de mi familia, de lo que viví, de lo que sufrí. Me sucedió en el Corinthians y ahora aquí. También fui criticado cuando salí del Bragantino. Nunca escuché ni me deje abatir por eso. Solo quise trabajar para dar lo mejor a mi familia. Yo podría no tener nada, pero si ellos están bien es suficiente.

—Al final, triunfa en el Corinthians. Sí. Fue Tite quien me dio la oportunidad de ser campeón de todo. Con él tengo una gran conexión. Me ayudó mucho, por ejemplo, en el 2011. Tenía algunas ofertas. Estaba llegando al centro de entrenamiento del Corinthians cuando me llamó mi agente: ‘Tienes la oferta del Inter, pero debes decidirte hoy mismo, en cinco minutos’. Entré en el vestuario llorando y Ralf, uno de mis compañeros, me dijo: ‘¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así?’, me preguntó. ‘En cinco minutos debo decir sí o no al Inter’, le respondí. Me fui a hablar con Tite. Fue muy sincero conmigo: ‘La decisión es suya. Yo no creo que sea el momento de salir, pero tú eres quien decide’. Volví al vestuario todavía con lágrimas en los ojos. Lo pensé y me dije: ‘Me quedo’. Me vestí rápidamente para salir a entrenar. Cuando salí al césped, le hice un gesto con el pulgar hacia arriba a Tite. Era la señal acordada de que seguía en el Corinthians.

—Acertó de pleno. Tomé la decisión en cinco minutos y no me arrepentí de nada. Más bien todo lo contrario. Ganamos todos los títulos y prolongué así la bonita historia con Corinthians. Luego, ya en el 2013, recibí dos ofertas: Roma y Tottenham. En Brasil ya lo había hecho todo. Me fui a Inglaterra porque Vilas-Boas, el entrenador, me quería mucho.

—Pero no salió bien esta vez. El primer año, sí. Mi estilo de juego encajaba con el fútbol inglés. Pero al volver del trauma de la Copa del Mundo, de aquel 1-7 del Mineirao ante Alemania, todo fue a peor. Estuve los seis últimos meses sin apenas jugar. Sentí que era el momento de salir del Tottenham.

—Se va a China. Sabía que al irme allí desaparecía del mundo, pero lo tenía claro. Necesitaba jugar, donde fuera, me daba igual. Tengo que agradecer a Felipao [Scolari] la confianza que tuvo en mí. Sabía que iba a un fútbol muy poco visto y que sería difícil volver a la seleçao. Solo quería jugar. En ese momento pensé solo en mí. No huía de Inglaterra, solo buscaba renacer como futbolista. Allí construí una historia muy bonita, ganando seis títulos y recogiendo, sobre todo, el cariño del torcedor chino.

Messi y Paulinho, en el amistoso Brasil-Argentina en Melbourne / AFP / VANDERLEI ALMEIDA

—Entonces le llama el Barça. Era una oportunidad única. Fui muy claro con Felipao: ‘Otro equipo como el Barcelona no va a venir a China. O me voy ahora o nunca más. Esto solo pasa una vez’ Él lo entendió, sabía que sería una injusticia si el club no me dejaba ir al Barça. Parecía que no se iba a hacer la operación, pero, finalmente, se concretó el último día del mercado chino.

—Otra situación crítica. Por más dificultades que pasé, no deje de tener nunca un foco. Eso es fortaleza mental, que he aprendido en todas esas experiencias de vida. Mi vida siempre fue un desafio. Y el fútbol sin desafíos no es fútbol. Lo procuré encajar de la mejor manera posible, transparente, respetando los espacios de los demás, pero con mi foco inalterable.

—Antes de esos contactos oficiales, ya tenía una pista, ¿no? Sí. Ja, ja, ja... Es verdad. Fue en el amistoso que jugamos contra Argentina en junio. Estaba preparado para sacar una falta junto a Willian y otro jugador que no recuerdo. De repente, veo a Messi por detrás, que se me va acercando poco a poco y me dice: ¿‘Vamos para Barcelona o no?’. Me lo dijo justo antes de tirar la falta. ¿Qué le dije? ‘Si me quieres llevar, me puedes llevar. Yo voy’. Me quedé tan nervioso que le dije a Willian: ‘¡Tira tú la falta!’. Después del Brasil-Argentina, pude intercambiar la camiseta con él. No me dejó tirar la falta, pero estoy aquí.