"Los Juegos Olímpicos son competiciones entre individuos, no entre naciones", dijo Avery Brundage, presidente del COI. Pero la realidad desmiente tercamente sus palabras. El 4 de abril de 1896, Atenas acogió los primeros Juegos modernos y esa restauración ya diseñó lo que sería el futuro olímpico: no solo una exaltación inmensa de los nacionalismos, sino también el boicot y la utilización perversa de los argumentos políticos para la tergiversación competitiva. Atenas-96 señaló la hoja de ruta: apelando al patriotismo, los franceses boicotearon la edición griega en protesta por la presencia alemana, inaugurando una práctica que se convertiría en habitual. La situación del Tíbet pone ahora sobre Pekín la sombra del boicot. Es una historia que se repite.

Durante 60 años, entre París-00 y Roma-60, hubo dos guerras mundiales, millones de muertos y batallas por cualquier motivo. Los Juegos sufrieron todas las peripecias imaginables: desde la delegación finlandesa que en Londres-08 se negó a desfilar bajo bandera rusa hasta los vetos sucesivos contra Alemania en Amberes-20, París-24 y Londres-48; desde la ausencia ruso-soviética entre 1912 y 1952 hasta la propaganda nazi con que Hitler tiñó Berlín-36, ensombrecida por la exhibición del atleta negroamericano Jesse Owens, cuatro oros; desde el veto francés al desfile de Amsterdam-28 al abandono chino por la presencia de Taiwán en Melbourne-56, donde los waterpolistas soviéticos y húngaros llegaron a las manos. Un rosario incesante de conflictos, turbulencias y espasmos nacionalistas o bélicos.

Y una mañana de agosto de 1960, el papa Juan XXIII bendice fervorosamente el olimpismo y los Juegos que empiezan al día siguiente. Es la primera gran ironía de esa edición romana: el gran Papa bendice los Juegos Olímpicos, 16 siglos después de ser abolidos por otro pontífice romano, Teodosio I, por considerarlos "impíos". Las campanas de toda Roma repican en honor de los atletas olímpicos antaño repudiados.

La gran ironía

La otra gran ironía lleva los pies descalzos y se llama Abebe Bikila. Este soldado etíope se proclama campeón olímpico de maratón y conquista el último oro de Roma-60 en el mismo Arco del Triunfo donde, 30 años exactos atrás, Mussolini lanzó a la Italia fascista a la conquista sangrienta de Etiopía. Los Juegos transcurren plácidamente salvo porque en la inauguración el COI obliga a China Nacionalista a desfilar bajo el nombre de Formosa (Taiwán). Sus deportistas, al cruzar por la tribuna, levantan una pancarta en la que se lee: "Protestamos".

Roma-60 y Tokio-64 son la calma antes de la tormenta. En la capital japonesa hay dos ausencias notables: Suráfrica, expulsada por su política de apartheid , y China, que rechaza cualquier convivencia con Formosa y hace estallar su primera bomba atómica a los cinco días de inaugurada la competición. Cuatro años más tarde, el olimpismo entra en una espiral diabólica. México, en 1968, recibe la cita olímpica con la sangre de 300 estudiantes derramada por la policía en la plaza de las Tres Culturas y una enorme agitación entre los deportistas del mundo entero. El miércoles 16 de octubre, Tommie Smith y John Carlos acceden al podio de los 200 metros vestidos íntegramente de negro y levantan su puño enguantado mientras agachan la cabeza en protesta contra el racismo en su país. Simbolizan el Black Power y, aunque el COI les expulsa de inmediato, el mundo entero capta el mensaje reivindicativo.

Múnich-72 prometía ser una fiesta. Como siempre, hubo terremoto previo, pues el Africa negra rechazó la invitación hecha a la racista Rodesia para que participara bajo bandera británica. La víspera, para evitar el boicot africano, el COI rechazó a los rodesianos y todo parecía listo para la kermesse . La felicidad embargaba la villa olímpica del Oberwiessenfeld. Bastaba un chándal para entrar al recinto, nadar junto a Mark Spitz, disfrutar de los estadios o entrenarse al lado de Valeri Borzov.

Una maravilla, una fiesta deportiva. Hasta que la noche del 4 al 5 de septiembre ocho terroristas palestinos penetraron en el número 31 de la Connolly Strasse de la villa y nada volvió a ser igual: 11 israelís, cinco palestinos y un policía alemán murieron entre la calle Connolly y el aeropuerto de Furstenfeldbruck.

Trauma posterior

En Montreal-76 llegó la seguridad policial obsesiva aunque no pudo evitar al striker de turno en la ceremonia de clausura. El presidente del COI, Lord Killanin,