Entre las poderosas razones que empujaron a Michael Phelps a regresar a la alta competición, después de un amago de retirada tras Londres-2012 que prolongó dos años, aparece, sin discusión, la derrota que sufrió en aquellos Juegos en los 200 mariposa, su prueba fetiche. Esa es una de las citas que había dominado de forma tiránica durante casi una década.

El surafricano Chad Le Clos, su verdugo en aquella final, le dejó esa marca grabada a fuego. La plata más amarga. En esta nueva etapa de su vida, en la que intenta ponerse en paz consigo mismo, Phelpspudo quitarse ese peso de encima. Se colgó la medalla de oro con un tiempo de 1.53.36 por delante del japonés Sakai Masato (plata) y del húngaro Tamas Kenderesi, mientras Le Clos acabó en la cuarta plaza.

Phelps vuelve a ser el campeón olímpico de la especialidad. Igual que en Pekín y en Atenas. Cuenta saldada. Le Clos detectó ese deseo que le consumía por dentro cuando cruzó con Phelps la mirada en la sala de espera de los nadoradores, antes de las semifinales “Vi en sus ojos que no estaba en su cabeza volver a perder”.

CELEBRACIÓN EN FAMILIA

Demostró ese deseo Phelps en cuanto salió a la piscina. Con la mirada fija en la pared de llegada. Concentrado. Todos sus gestos demostraban determinación. Pasó por el primer 50 en segundo posición, por detrás del húngaro Laszlo Cseh. Pero a partir de los 100 metros inició su desfile triunfal con la grada puesta en pie, haciendo estallar de júbilo las gradas.

Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de Phelps consciente de su conquista. Era su 20º medalla de oro, así que no pudo reprimirse y levantó los dos índices en alto en señal del triunfo. La victoria de un renacido. Ese momento que no olvidará se prolongó en la grada, hasta donde subió para recibir el cariño de su madre, de su compañera y para besar a su hijo, Boomer, ajeno al día de grandeza, pero foco de los fotógrafos que no perdieron la oportunidad de inmortalizar la instantánea, para felicidad también de los aficionados estadounidenses que adoran las escenas de familia.

Dispuesto a que la noche resultara inolvidable, el equipo de EEUU incluyó a Phelps en la final del relevo 4x200 libre y lo anunció poco antes de que se iniciara la jornada. Y el ‘Expreso de Baltimore’ disfrutó de formar parte de un equipo, una sensación que le llena tanto como la competición individual para coronarse campeón al lado de Conor Dwyer, Tonwley Haas y Ryan Lochte. En sus manos quedó el último relevo, cuando sus compañeros ya habían hecho casi todo el trabajo. Otro paseo triunfal, para acabar con tres segundos de ventaja sobre Gran Bretaña (plata) y Japón (bronce). Es su tercer título en Rio, que inauguró con el triunfo en el relevo 4x100, y donde peleará por dos podios más: el 100 mariposa y el 200 estilos.

HACIENDO HISTORIA

La estadounidense Katie Ledecky, con un oro en los 200 libre, y la húngara Katinka Hosszu, con el título en los 200 estilos, ayudaron a completar una noche excepcional. En busca de nuevos límites y barreras que derribar, Ledecky escribió una nueva página en el Centro Acuático de Río, proclamándose campeona de los 200 metros libres, un nuevo registro de una figura que ya tiranizaba el medio fondo y el fondo en la natación mundial. Su pulso con la sueca Sarah Sjostrom resultó apasionante. Ledecky dejó un crono de 1.53.73 minutos para llevarse su tercera medalla tras el oro de los 400 libre y la plata del 4x100 libre en el relevo con EEUU. Sjostrom fue plata y la australiana McKeon fue bronce, relegando a Federica Pellegrini a la cuarta plaza.

Igual de apasionante resultó la final de los 200 estilos, el tercer oro individual de Hosszu en estos Juegos (después del de 400 estilos y los 100 espalda) en los que lleva camino de convertirse en la reina. Su tiempo, 2.06.58, es nuevo récord olímpico. La plata fue para la británica Siobhan-Maria O’Connor, y el bronce para la estadounidense Maya Dirado.