El Masters de Augusta, el torneo del regreso de Tiger Woods a la competición tras casi cinco meses de turbulencias por la confesión de sus infidelidades conyugales, sirvió para certificar dos cosas. Primera, que el número uno mundial está en condiciones de volver a ganar títulos a poco que recupere el ritmo competitivo (Woods acabó cuarto, a cinco golpes del vencedor). Y, segunda, que el público de EEUU tiende ahora a decantarse por la imagen más cercana, amigable y sonriente de Phil Mickelson, el zurdo californiano de 39 años que conquistó en el Augusta National su tercera chaqueta verde de campeón (tras las del 2004 y 2006) y su cuarto título grande (ganó en el 2007 el Campeonato de la PGA).

El abrazo de Mickelson con su mujer, Amy, tras embocar su último birdie en el hoyo 18, resultó imbatible a efectos de popularidad. Hace poco más de un año, a la esposa de Phil le diagnosticaron un cáncer de mama. Semanas después, sucedió lo mismo con la madre del jugador, Mary. Durante 11 meses, Mickelson no ha contado con el apoyo de su familia en sus viajes por todos los torneos. Amy, aún debilitada por la medicación, se trasladó a Augusta el pasado jueves, pero no salió de la casa alquilada hasta el domingo, para abrazar a su marido tricampeón.