Nadie daba un euro por Chris Froome, tal día como ayer, en la última jornada de descanso del pasado Giro. Simon Yates, rival y no supuesto aliado del británico, paseaba la maglia rosa con gallardía, fiero como un felino hambriento, y lejos de hacer creer que podía entrar en crisis, como así fue, en la última entrega montañosa de la prueba italiana. En los Alpes, Froome, llegó, vio y venció. Y, encima, con la mayor exhibición individual vista estos últimos años.

La cuestión, ante la triple cita pirenaica del Tour 2018 -tres jornadas, pero con un día llano y de recuperación en medio (el próximo jueves, en Pau), algo muy a tener en cuenta-, es saber si Geraint Thomas, un gregario hasta hace cuatro días, será capaz de aguantar el jersey amarillo o si la prenda será un lastre, como si llevara plomo en los bolsillos.

¿Pasará algo hoy, con descenso final a Bagnères de Luchon a través de las cimas, para lo bueno y para lo malo, de Luis Ocaña? Llegan los Pirineos con Menté y el Portillón, la cima aranesa que vio crecer al vencedor del Tour de 1973, con varios misterios, aparte del de Thomas. A Mikel Landa, sin dolores en la espalda, no le queda otro remedio que reaccionar si no quiere quedarse anclado en la sexta plaza de la general que ahora ocupa. Tom Dumoulin debe demostrar que es algo más que una amenaza para el Sky. Francia espera el contragolpe de Romain Bardet y el mundo ciclista, saber de una vez si Primoz Roglic, cuarto en la general, es un ciclista válido para tres semanas o una estrella para rondas de contenido corto.

Unos hablan de esperanza pirenaica. «Soy optimista y voy a estar muy pendiente de la etapa corta del miércoles (mañana)», según un Landa en versión ilusionada. Y otros, prudentes, porque, de hecho, ni se acaba de fiar de su amigo (1.39 minutos de ventaja posee Thomas sobre Froome) ni de su propia respuesta. «He ganado dos etapas de montaña seguidas y ello es increíble, pero prefiero ver el día a día y pensar que puedo llegar al podio». Thomas no quiere ondear la bandera galesa al aire ni creerse que, a los 32 años, tras temporadas de servicio, entrega y fidelidad a Froome, se ha convertido en la gran estrella del ciclismo mundial.

Los Pirineos llegan con otra incógnita. ¿Quién es realmente Thomas? ¿Puede un gregario convertirse de la noche a la mañana en todo un ganador de Tour? La respuesta, en unos días.