En una mañana de fiesta, no siempre se inaugura un monumento a Kubala en la explanada del Camp Nou, Joan Laporta tenía la cabeza en otro sitio. Pero no quiso hablar. Prefirió callar. Guardó silencio, aunque sabe también que no podrá estar mucho tiempo sin que se oiga su voz, no solo por la necesidad que tiene el socio de saber lo que ocurrió realmente sino porque dentro de la junta también se aguarda con mucho interés su respuesta.

Mientras Joan Oliver, el director general corporativo del Barça, admitía la investigación a cuatro vicepresidentes (solo uno de ellos, Joan Franquesa, estaba informado), el presidente del Barcelona miraba esa gran estatua de bronce intentando abstraerse del terremoto del club.

AUTOGRAFOS Y FOTOS Ni una sola palabra de Laporta. Algún gesto de abatimiento bajando la cabeza alternado luego con sonrisas diplomáticas, mientras firmaba autógrafos y se fotografiaba con viejas leyendas. Era el día de Kubala, pero acabó siendo la mañana de los espías.

Entre tanto silencio, solo quedaba interpretar los gestos. En la inauguración de ese monumento a Kubala, el presidente no estaba solo. Mientras Oliver compareció en solitario ante la prensa una hora antes, Laporta estaba acompañado por tres de los cuatro vicepresidentes: Jaume Ferrer, Rafael Yuste y Franquesa. Al lado suyo. Siempre cerca. A veces, era Franquesa quien se acercaba al presidente. En ocasiones era un serio Yuste, quien recibía el brazo cómplice de su amigo. O sea, de Laporta.

Terminado el acto, que se desarrolló bajo un sol de justicia, y protegido por los miembros de su seguridad personal, Laporta se coló en el interior del Camp Nou. Camino del palco se cruzó con Txiki Begiristain, el secretario técnico del club. Ninguno de los vicepresidentes le acompañó.

En los días finales del laportismo, y con el equipo de Guardiola disfrutando de cinco títulos y un fútbol único que le hace ser admirado, Laporta medita.