«Simplemente, esta gran mujer y enorme madre no ha tenido suerte y eso que se lo merecía todo por lo grande que fue, partiendo desde abajo, por lo maravillosa que fue con toda su gente y, sobre todo, por lo mucho que luchó, siendo mujer, como decía ella, para sobrevivir, para ser campeona, para ser una gran madre y para hacer feliz a todos los que le rodeaban, pues ella ha sido muy querida».

Quien así habla prefiere mantenerse en el anonimato, pero es una de las personas que más y mejor conocía a Blanca Fernández Ochoa, entre otras razones porque fue uno de los mejores amigos personales de su hermano Paquito. «Es verdad que en los últimos tiempos había sufrido una fuerte depresión e, incluso, llegó a estar internada, pero todos creíamos que saldría adelante porque era fuerte y porque estábamos convencidos de que notaría el cariño y apoyo de todos los suyos, pero…»

La sensación de que Blanca se había convertido en una desaparecida la tenían, al parecer, todos los suyos, pero en ningún momento pensaron que ocurría «nada más». Es decir, eran muchos los que pensaban que se trataba de un episodio más de su depresión, desencanto o tristeza y que había cogido el coche y se había ido. Pero que volvería, que solo era algo temporal.

Blanca disfrutaba ahora de sus hijos y trataba de salir adelante con diversos trabajos esporádicos que le permitían llevar una vida modesta después de superar dos divorcios e intentar mentalizarse de que los tiempos de gloria hacía ya mucho que habían pasado. «A lo que realmente me dedico -explicó el pasado año en Marca- y, además, me divierto muchísimo, es a la micro- estimulación. Soy entrenadora personal. Conozco gente maravillosa. Gente que tiene objetivos. Sus retos son los míos».

Blanca se negaba a ser considerada un mito («mito, si acaso, fue mi hermano Paquito ¡ese sí fue un mito!»), pero le encantaba que sus amigos más íntimos siguiesen llamándola heroína. Ella contó hace un par de años en una entrevista en publico.es que se consideraba, eso sí, «la liebre» del deporte femenino español. «Es decir, ese bronce mío en eslalon, en los JJOO de Invierno de 1992, en Albertville, abrió la parrilla de salida de la medallas femeninas en nuestro país».

Nacida en Madrid el 22 de abril de 1963, Blanca era madre de dos hijos, Olivia Fresneda (la que presentó la denuncia de su desaparición), que es jugadora de rugbi e intenta ser olímpica en los próximos JJOO de Tokio, y de David Fresneda. Durante su carrera deportiva, junto a la medalla de Albertville, ganó cuatro pruebas de la Copa del Mundo.

Blanca, además de defender por encima de todo a la mujer y recordar, con cariño, con mucho cariño, que su hermano Paquito lo había tenido, en ese sentido, mucho más fácil, siempre se mostró orgullosa (punto que destacan todos sus conocidos y amigos) de su perseverancia, de ahí que no cesase de reconocer que todo lo suyo era fruto del trabajo, casi excesivo.

En ese sentido, Blanca solía reconocer que ella nunca tuvo el talento de su hermano Paquito «pero llegué hasta donde me lo propuse. ¿Por qué? Porque me machacaba mucho e insistía hasta donde hiciese falta». Y era entonces cuando contaba que, a los 11 años, ella apenas sabía esquiar. Tras la medalla conquistada por Paquito, decidieron hacer unas pruebas físicas para saber si tenía o no su genética. «Y resultó que sí».

Fue entonces cuando la enviaron a estudiar y entrenarse al Vall d’Aran, donde permaneció interna. «Estudiaba y esquiaba al mismo tiempo, pero lo que no olvidaré nunca son los comentarios que tuve que escuchar, ‘esta es la enchufada’, ‘la hermana de Paquito’.... Mil cosas que me espolearon para siempre y que me obligaron a ir a por todas. Luego, demostré que yo no era la enchufada de nadie».

Valores superiores

Enchufada y mujer, debía pensar entonces Blanca, que últimamente no desaprovechaba la ocasión para reivindicar las dificultades que tienen las chicas de hoy en día para compatibilizar trabajo, estudios, deporte, familia… «Llevamos toda la vida demostrando que valemos tanto para un roto que para un descosido y no se nos caen los anillos por reconocerlo y por demostrar que, en algunos casos, tenemos valores superiores a los de los hombres. Nuestro rendimiento en el deporte nunca se aproximará al de los hombres porque no puede ser. Somos animales diferentes», insistía en la entrevista en publico.es

Blanca hablaba poco, eso sí, de su época de esquiadora porque todo había cambiado una barbaridad. Pero recordaba aún con cierta admiración y, tal vez, envidia, el día que llegó a los JJOO de Calgari-1988 («donde merecí ganar ya una medalla») y, dos días antes de que empezase la competición, vio llegar un inmenso tráiler del equipo canadiense.

«Era tremendo, empezaron a sacar toneladas de material, redes, balones medicinales, pesas, esquís por un tubo, hasta 60 pares. Y ahí estaba yo con mis dos juegos para esquiar, uno de entrenamiento y otro para la carrera. Entonces me di cuenta de que la heroicidad era estar allí sin apenas medios....».