Siempre me han dicho que este tipo de partidos son diferentes, pero hasta que uno no lo vive no lo puede entender. Y este domingo perdí mi virginidad futbolística en un Badajo vs. Mérida. Un domingo único, un recuerdo perpetuo.

Nada más poner los pies en el Nuevo Vivero un halo diferente invade tu cuerpo. El estadio vacío impresiona. El silencio asusta. Los momentos previos a una batalla donde no sabes si saldrás vivo, aterran. Las puertas de acceso al recinto se abren y los cimientos empiezan a temblar.

Dos aficiones volcánicas en plena ebullición. Distintos objetivo, misma pasión. Javi Sánchez el primero en salir a calentar y la música de viento le recibe. El beso al escudo romano del guardameta romano. Poesía futbolística. Difícil explicar, hay que sentirla. En ese momento empecé a entender que no se trataba de un partido más.

El abrazo cariñoso entre Javi Chino y Kike Pina. El amor en el túnel de vestuarios, la guerra empezaba nada mas pisar el verde. Mehdi Nafti tendiendo la mano a Diego Merino, posteriormente con esa misma mano mandaría callar al técnico romano. Una divina locura que solo entenderán los más cuerdos.

Palmeras de chocolate para los recogepelotas blanquinegros. Dos cafés para Nafti, que los saboreó en el banquillo. En las gradas paladeaban un derbi con ideas tan distintas como válidas. El Badajoz mimaba la pelota, el Mérida la repelía. El ‘partidazo’ se escapaba entre los dedos. Todo lo buen pasa rápido.

Álex Jiménez sigue siendo el héroe romano. Un central que con dos goles ha puesto su nombre en el paseo de la fama ‘pecholata’. César Morgado es el general de las tropas blanquinegras y empujó el balón con el alma para firmar unas tablas definitivas.

Dos hombres hecho escudos. Guzmán y Javier. Casaseca y Chino. Sin sus nombres el derbi sería menos derbi. La elongación de las aficiones en el campo. Dos emblemas sobre el verde. Un punto que sabe a poco para ambos, porque a pesar de las diferencias entre Badajo y Mérida, el objetivo era el mismo: ganar. Y ganó el fútbol. Y el derbi es fútbol elevado a la categoría de arte. Un derbi hay que vivirlo para morir en paz.