TMte he enterado tarde, demasiado tarde, de la muerte de Francisco Rodríguez, 'Quico', y siento la necesidad de decirle un 'hasta luego'. Quico fue, sin duda, uno de los cacereños más influyentes de las últimas décadas del siglo XX. Y aclaro que no era ni político ni banquero. Sí, no exagero, y aquellas personas de cierta edad de la ciudad me darán la razón.

Como empresario --era pescadero-- era un auténtico número uno, un tipo carismático, innovando incluso en la forma de vender los productos de su tienda a través de intervenciones radiofónicas geniales en la entonces Radio Popular, mezclando información y publicidad. Un adelantado a su tiempo, vamos. Una persona educadísima que siempre actuó desde el corazón y desde esa voz ronca tan peculiar que sonaba tan bien.

Me centraré en su relación con el deporte, en la que también hizo historia. Mi niñez son recuerdos de partidos en la Ciudad Deportiva del Santa Ana, equipo del centro militar de Cáceres que conducía de forma magistral. Muchos jugadores se quedaron en la ciudad. Y ahí seguro que Quico tuvo mucho que ver. El era el alma de aquellos amarillos fornidos que se atrevieron, incluso, a discutir la hegemonía futbolística del CPC en la ciudad.

Tuve la suerte de coincidir con Quico en dos etapas. A mí este verdadero 'gentelman' del deporte y de la vida me trató como a todos, fueran estrellas o, como yo, un jugador más. El era el presidente del Cacereño Atlético, que terminó desapareciendo cuando él se echó a un lado. Puso toda la pasión del mundo.

Pero sus años con más repercusión al exterior fueron los del club de fútbol sala Pescaderías Quico. Sí. Con ese nombre. Con su dinero. Con su espíritu, tan joven y jovial. Quico, con su sobrino José María Rodríguez en el banquillo, hizo que este modestísimo club recogiera el testigo de lo que en su día fue el Distribuidora de Recambios --primer equipo extremeño de cualquier deporte que subió a lo más alto-- y lo llevara a la División de Honor. Aquello fue un milagro, un tremendo milagro, un bendito milagro. Aquello duró lo que duró --más de lo pronosticado-- pero siempre perdurará en nuestro imaginario y, desde luego en la historia del deporte local bañada con letras de oro.

Adiós, gran Quico. Muchos no te olvidaremos jamás.