Muchos cacereños se cruzaron ayer con el emeritense Manolo Flores, entrenador del Cáceres CB en dos etapas distintas. Se reencontró con buena parte de los que consideran sus amigos, dando una nueva lección de la indiscutible humanidad que le distinguió durante los años en los que fue parte fundamental de ese lejano sueño cumplido: vivir en la Liga ACB.

Siempre atento con quienes le abordaban, siempre cercano, resultó emocionante verle compartir recuerdos y vivencias con, por ejemplo, su ayudante Mario Madejón, el delegado Juan Luis Morán o la entonces secretaria del club, Rosa. Pocos pueden disimular que le adoran, más que por su valía profesional --el equipo fue quinto en la liga en el 94, semifinalista de la Korac en el 95 y subcampeón de Copa en el 97--, por sus detalles personales. De hecho, viajó a Extremadura un día antes de lo previsto --hoy es galardonado por las peñas barcelonistas en Jerez de los Caballeros-- para este improvisado encuentro.

Tras un amargo final de temporada en el banquillo de Barcelona, a Flores nunca dejan de replanteársele nuevos retos: ahora sigue jóvenes valores en el mundo y hace trabajo de despacho en un club en el que es historia viva. También es un desafío ser padre a los 50 de la adorable Mireia y perder unos cuantos kilos más, por supuesto.Entre ataques de nostalgia, nuestro visitante deja sin embargo una sensación: mirar atrás y retener lo positivo está bien, pero no puedes quedarte en eso, siempre hay que avanzar. En estos tiempos depresivos en el baloncesto masculino local, los años dorados --en los que muchos fueron injustos-- deberían servir de inspiración. Si nos sentimos mágicos una vez, ¿por qué no repetirlo? Siempre habrá tipos como Manolo que sepan guiarnos, leer los problemas con perspectiva y tranquilidad, poniéndole cara y ojos a un deporte profesional que ahora sentimos alejado.