En la tarde del pasado viernes expresé una opinión crítica en la red social Twitter sobre lo que estaba ocurriendo en un partido de baloncesto infantil en Cáceres. Se medían el Al-Qazeres y el Vedruna. Eran niñas de 13 años contra otras de 12, pero dentro de la misma categoría. La superioridad física y técnica de las primeras, antes incluso de jugarse, se intuía manifiesta.

Y así sucedió. El primer cuarto concluyó con un 40-0 que ahorra cualquier comentario. Qué quieren que diga: no me gustaba el marcador, pero esto puede pasar cuando el de-sequilibrio es tan grande. Muy por encima de ello, lo que más me desagradó fue ver a las chicas (niñas, en realidad) del Al-Qazeres presionando a toda pista. Eso no, oiga. Pese a no ser dos contra una. Tampoco me suena bien esa humillación, desde luego, insisto, por encima del resultado.

En el club con representación en la élite hay muy buena gente y estupendos entrenadores, que conste. Incluso el técnico del equipo aludido, al que conozco y reconozco su labor ya desde el origen del ADC, tuvo el detalle de llamarme cuando se enteró de mi enfado. Yo le expresé que era una simple opinión, una sensación que me corroe cuando, también en fútbol, el desequilibrio deriva en humillación. Él me recordó que dejaron de hacer la presión a los 10 minutos y que su mejor jugadora apenas participó.

Pero me entristece ver partidos así. No lo hacen solamente en el Al-Qazeres. «Vives en los mundos de yuppie», me dijo alguien. Pues puede ser e incluso admito que se me afeen mis ideas, pero considero que el deporte escolar (ojo, estamos hablando de los Judex, concebidos como modelo de comportamiento) debe ser otra cosa muy diferente a la de presionar al rival cual posesos. El deporte de base debe anteponer el respeto. Y lo dice alguien al que, hace tanto ya, le gustaba golear al rival.