En la coqueta zona internacional de la Villa Olímpica de los Juegos de Río, la única zona en la que los deportistas y la prensa pueden interactuar libremente, muchos no quitan el ojo a sus teléfonos móviles. Aunque se podría pensar que los aspirantes a medallistas intentan comunicarse con sus amigos, familiares y parejas a miles de kilómetros de distancia, un sutil movimiento del pulgar, desde el centro de la pantalla hacia los lados, les delata: buscan un ligue en Tinder.

Mientras medio mundo se dedica a buscar pokémons por sus ciudades, en el mes previo a los Juegos el número de búsquedas a través de esta popular aplicación móvil sobre hombres y mujeres de Río, algo que solamente es posible gracias a la función Passport, aumentó un 10%.

Es decir, muchos de los 10.500 atletas y 500.000 turistas que planeaban venir a la cidade maravilhosa ya se estaban preparando para dejarse llevar por el mítico erotismo de los cariocas. No es casualidad que tantos gringos, palabra que los brasileños usan para referirse a los extranjeros, se hayan decantado por esta aplicación si se piensa que Brasil tiene la segunda mayor población de usuarios de Tinder del mundo, en torno a 10 millones. Una cifra acorde a su fama de promiscuos.

Conscientes de que el calor tropical y la exuberancia local podrían alterar el sosiego de los atletas, el Comité Olímpico Internacional repartió nada menos que 350.000 preservativos masculinos y 100.000 femeninos o, lo que es lo mismo, una media de 42 preservativos por cabeza. Una auténtica locura si se piensa que se trata de un aumento del 500% respecto a los condones que fueron distribuidos en los Juegos de Sídney-2000.

En teoría, la villa de Río, la más grande de la historia (caben 17.950 personas), es también la más segura desde los atentados de Múnich en 1972. Sin embargo, el reciente robo de portátiles y camisetas del equipo de ciclismo de Australia ha levantado muchas sospechas.