Sin el concurso de sus principales raquetas pero con el talento impregnado en el espíritu experimentado de Svetlana Kuznetsova y de Vera Zvonareva, Rusia plasmó en Madrid la autoridad que destella con firmeza en el último lustro y conquistó ante España el cuarto título de la Copa Federación de su historia.

Es Rusia un país que avanza con solidez en el tenis femenino. Es un vivero inagotable de raquetas, que garantizan la permanencia en la supremacía durante un tiempo indefinido.

A las cualidades que generan sus tenistas más actuales, las predispuestas ahora en la primera fila del ránking, se advierte la irrupción de otras nuevas. Plagadas de clase también y de un entusiasmo emergente.

Rusia ha conquistado cuatro Copas Federación en los cinco últimos años (2004, 2005, 2007 y 2008). Advirtió de su despegue algo antes. En el cambio de siglo. Cuando disputó las finales de 1999, que perdió ante Estados Unidos, y la del 2001, cuando cayó contra Bélgica.

Todo lo contrario que España, que acumula cinco títulos auspiciada por el relumbrón que generó la etapa gloriosa de Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez, clausurada con el éxito de 1998. Previamente, en pleno apogeo, acaparó logros en 1991, 1993, 1994 y 1998. El 2002 supuso el coletazo final a esta era, con la derrota en la final en Gran Canaria frente a Bélgica.

España volvió ahora al primer plano de la Copa Federación de forma inesperada. Tras superar a domicilio los duelos contra Italia y China gracias a la entrega y el compromiso de esta nueva generación.

Kuznetsova y Zvonareva habían pasado por encima de Carla Suárez y Anabel Medina, respectivamente, que salieron de los partidos sin ganar set alguno y con el ánimo roto. Ayer, Medina remontó un 4-0 adverso y se anotó un set, pero Kuznetsova no se amilanó y acabó ganando.